MI HERMANA PEQUEÑA
“Confortará mi alma” (Sal. 23:3).
Tener dos hermanos mayores era genial, pero a la edad de ocho años deseaba que mi madre tuviera un bebé. ¡Me encantaban los bebés! Nuestros vecinos tenían uno, pero yo tenía que contentarme con cuidar de otros bebés, y jugar con mis muñecas. Varios años más tarde, mi madre me llamó a su habitación para decirme que estaba embarazada. ¡Qué alegría! ¡Iba a ser la hermana mayor de una muñeca de verdad, de una bebé para jugar!
Yo tenía casi doce años cuando nació la pequeña Lynette. Poco después, llegó a casa a pasar su primera noche con la familia. Recuerdo haber sujetado su biberón mientras ella estaba en su cochecito. Mamá estaba cambiándole el pañal, cuando de repente tomó a la bebé y gritó: “¡Comienza a orar!” VI a mi madre tratando de reanimar a Lynette, porque había dejado de respirar.
Los días y las semanas siguientes son un recuerdo borroso en mi memoria. Antes de que la odisea hubiera terminado, mi hermanita fue declarada discapacitada. Los médicos recomendaron que la dejáramos en una Institución. A mí se me rompió el corazón. Rogué a mis padres que la dejaran en casa, con nosotros, prometiendo que Iba a cuidar de ella. La tristeza llenó mi corazón, y forcejeé con oraciones aparentemente sin respuesta… y un ungimiento que no produjo ningún milagro.
¿Qué hacemos en la vida cuando todo marcha en contra de nuestros sueños? ¿Qué hacemos con esos sueños, que de pronto se convierten en pesadillas? ¿Le Importan a Dios? De alguna manera, mi familia se las arregló, a pesar de que la tristeza convivía con nosotros y el daño y el dolor continuaron a lo largo de los años.
MI hermana, con casi cincuenta años de edad, vive hoy en un entorno “familiar”, con cuidadores las 24 horas del día, en Massachusetts, Estados Unidos. Junto con mi padre, anciano, ahora soy coguardiana de Lynette. Amo a mi hermana. Tengo una foto en blanco y negro sobre mi escritorio, donde estoy sentada sosteniendo a mi dulce hermanita.
Hoy reflexiono sobre esa montaña rusa: momentos altos de máxima alegría y bajos de máxima decepción, que me recuerdan mi angustia cuando me di cuenta de que mi hermana estaría en casa solo seis meses. A pesar de que todavía no entiendo por qué las cosas sucedieron así, hoy estoy en tierra firme porque me sostengo de la mano de Dios. Yo vivo confiando en que algún día mi amoroso Padre celestial dará respuesta a todas mis preguntas. Y a las tuyas también.
Valeríe Hamel Morikone