VIDA EN EL MÁS ALLÁ
“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Recuerdo la piel fría en ese último beso que le di en el lecho de muerte a mi papá, que falleció en un accidente de tránsito. Es una extraña sensación, que nunca se me fue de los labios. Es la sensación de la muerte inexplicable, del dolo, de la incomprensión, de querer volver el tiempo atrás para que regrese a la vida. Seguramente, tú también la experimentaste ante la muerte de un familiar cercano, un ser querido o un amigo.
La muerte nos alcanza, no importa la edad o la posición social que tengamos. Y el llanto es inevitable.
Hoy, en Latinoamérica, es el Día de los Muertos. Si vas a un cementerio, verás cientos de personas que llevan flores a las tumbas de sus seres amados que ya no están. He participado muchas veces del llamado Proyecto bálsamo, que consiste en entregar un presente de parte de la Iglesia Adventista a quienes visitan los cementerios un día como hoy. Si también has participado, sabes de lo que hablo. Las personas reciben ese humilde regalo ansiosas por consuelo y esperanza.
Mientras estamos vivos, hacemos todo lo posible por evitar la muerte. Y, cuando alguien que amamos fallece, nos aferramos de cualquier creencia que nos devuelva la esperanza. No te dejes engañar; lo que proclaman las series de televisión y las películas no es real. La vida en el más allá no existe. Quienes pasan al descanso no van directamente al cielo ni están volando en algún “paseo intergaláctico”. La Biblia es clara al respecto. Eclesiastés 9:5 y 6 enseña que los muertos nada saben; y Juan 11 (donde se relata la historia de Lázaro) afirma que la muerte es como un sueño.
Sin embargo, la Palabra de Dios, además, está repleta de esperanza. En 1 Tesalonicenses 4:13 al 18, asegura que los muertos resucitarán cuando Jesús regrese por segunda vez.
Hoy puede ser un día histórico. Halla consuelo en las promesas de la Biblia y alienta con ellas a otros que han sufrido una pérdida.
“El milagro que Cristo estaba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por medio de sus palabras y sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que pronto iba a morir en la cruz estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del sepulcro, y afirmaba su derecho y poder para dar vida eterna” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 489).