“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).
Mi hijo no comenzó a hablar hasta los tres años. Lo único que hacía era señalar las cosas y gruñir. A veces estiraba sus bracitos hacia mí, y yo entendía que quería que lo cargara. Cuando comenzó a hablar, levantaba sus brazos y solo decía: “Cárgame”. Comencé a llamarlo cariñosamente: George Michael ‘Cárgame’ Yergen. Aveces le decía, entre risas: “Algún día serás un hombre grande y mamá será una pequeña viejecita, ¡y tú serás el que me cargarás a mí!”
Cuando tenía diez años, traté de enseñarle algunas cosas acerca de Dios. Quería que aprendiera a usar la Biblia, y a darse cuenta de que la Palabra de Dios podía ser una guía para su vida. Quería que desarrollara su propia relación personal con Jesús. Le pedí que usara su pequeña Biblia y que encontrara versículos que hablaran a su corazón. Una vez escogió el versículo de hoy, y le pregunté qué significaba para él. Me dijo: “Mami, todos los días tengo que llevar este pesado libro a la escuela, que hace que me duelan la espalda y los pies. Creo que Jesús me quiere ayudar con eso”. Ese día, compartí con él su alegría de desear que Jesús fuera su mejor amigo. Sus palabras me recordaron que Dios, que es también mi mejor amigo, lleva todas las cargas que me agobian.
Yo no sé qué causó tanto dolor en la vida de mi hijo, que con el paso de los años le hizo acabar con su vida. Su padre me llamó un día y me dijo: “George está muerto”. Negación. Desesperación. Rabia. ¡Una pena inconsolable! ¿Suicidio? ¡Impensable! Mi mente a veces da más vueltas que un ventilador. La palabra “mareada” no es nada, para describirlo. Mi mundo está tan fuera de control, que me cuesta mucho centrarme en algo. Las lágrimas anublan mi visión.
En una de las últimas conversaciones que tuve con mi hijo, me dijo que el poema “Huellas en la arena” era su favorito. Él tenía casi 25 años, pero aún necesitaba que lo “cargaran”.
Sé que veré a mi hijo en la mañana de la resurrección, y me muero de las ganas de que tú también lo conozcas. Cualquiera que sea la circunstancia que estés enfrentando hoy en tu vida, por muy sombrío que sea el panorama, por muy grande que sea el obstáculo, permite que Dios te cargue en sus brazos. Esta es mi esperanza y mi oración en este día.
Kathy Jo Duterrow Jones