Miércoles 29 de junio 2016 – «Hoy, hoy y hoy». Devocion matutina adultos
«Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. Entonces los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados,se fundirán!». 2 Pedro 3: 10-12
EL 10 DE NOVIEMBRE DE 1844, un granjero bautista metido a predicador echó mano de su pluma y con un suspiro de congoja garabateó las siguientes palabras. Y cuando las leemos hoy, aunque siguen brillando con una esperanza reflejada, no nos es posible llegar a entender el agudo y amargo desengaño disimulado en su cuidadosa caligrafía. Después de todo, ¿cómo podríamos tú o yo llegar a saber qué supuso haber creído con tan completa confianza y luego haber declarado a todos con tan absoluta certeza que Cristo volvería a la tierra el 22 de octubre? Declarar la predicción de antemano era una cosa. Pero tener que vivir en la secuela de su realidad carente de cumplimiento era algo completamente distinto. ¿Chasqueado? ¡No es de extrañar que lo llamaran el «gran chasco»!
Diecinueve días después de que sus esperanzas quedasen hechas pedazos, William Miller tomó su pluma, allí en su tranquila casa de Low Hampton, Nueva York, y escribió las siguientes palabras a su colega en el ministerio Joshua Himes: «Aunque he llevado dos desengaños, aún no estoy deprimido ni desanimado. Dios ha estado conmigo en espíritu y me ha consolado. Ahora tengo mucha más evidencia de que sí creo en la Palabra de Dios; y […] mi mente está en perfecta calma, y mi esperanza en la venida de Cristo es tan firme como siempre. He hecho únicamente lo que, tras años de sobria consideración, creí que era mi deber solemne hacer. Si he errado, ha sido del lado de la caridad, del amor a mis semejantes y de mi convicción del deber hacia Dios».
Y entonces Miller escribe la nueva fecha en la que ha fijado su esperanza: «Hermanos, retengan lo que tienen, para que ninguno tome su corona. He fijado mi mente en otro momento, y aquí pretendo quedarme hasta que Dios me dé más luz. Y ese momento es Hoy, HOY y HOY, hasta que él venga y yo vea a AQUEL a quien mi alma anhela» (citado en F. D. Nichol, The Midnight Cry, pp. 266, 267).
Ahí lo tienes: el escrito de esperanza escrito en la pared de los elegidos de Dios, la esperanza misma que prendió el movimiento en el que tú y yo nos hemos alistado. «Hoy, HOY y HOY». Pero, por otra parte, ¿se te ocurre un día en el que esperar que venga Jesús mejor que… hoy?