Miércoles 22 de junio – Hay cosas que no cambian. Matinal damas
«En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres» (Mar, 7: 7, RV95).
“Hablemos cuando la Biblia habla y callemos cuando la Biblia calla”. Francis Schaeffer
ALLÁ POR LOS años setenta del pasado siglo, los miembros de una iglesia de los Estados Unidos, todos ellos de raza blanca, sintieron un llamamiento especial a trabajar por la población afroamericana de un barrio marginal de su ciudad. Aquellos cristianos amaban el mensaje bíblico, habían superado todo prejuicio racial, y estaban plenamente comprometidos con la tarea de salvar almas. En especial Su anciano.
Todas las semanas, aquel anciano se levantaba muy temprano para ir a buscar a los niños afroamericanos y llevarlos a la iglesia. Él mismo los despertaba, los ayudaba a vestirse y les daba el desayuno antes de iniciar el programa. Pero había un problema: por la falta de estabilidad familiar de aquellos pequeños, siempre se acostaban tardísimo, y les costaba enormemente madrugar. Durante la clase infantil y el culto se quedaban dormidos, así que no podían atender al mensaje. El anciano sugirió a la Junta que se comenzara el servicio una hora más tarde, y aquello fue como si se hubiera producido un terremoto. ¿¡Quién se atrevía a proponer tal cambio!? No tuvo apoyo.
Hacer de ciertas normas, costumbres y tradiciones de la iglesia como si fueran principios bíblicos absolutos es un gran error, ¿Por qué no se puede comenzar el servicio una hora más tarde para favorecer la conversión de una sola alma? ¿Acaso dice algo la Biblia acerca de la hora de entrada y salida de la iglesia? ¡Imposible!, si en los tiempos bíblicos el concepto de «iglesia» nada tenía que ver con edificios ni horarios, sino únicamente con personas unidas por la fe cristiana. Sin duda aquellos cristianos estadounidenses estaban unidos por la fe y el compromiso social, y tal vez tú y yo también, pero llama la atención cómo a veces abandonamos el fundamento bíblico para sostener y defender convicciones basadas en meras costumbres sociales y culturales, como si fueran verdades absolutas establecidas por Dios.
Allí donde la Biblia no se pronuncia en ningún sentido, ¿por qué hemos de hacerlo nosotros? ¿No será más interesante mantener la mente abierta a realizar cambios en favor de los demás cuando estos no comprometan las verdades del evangelio? Yo diría que no solo interesante, sino necesario.