El proverbio de confucio. 22 de mayo 2016
“Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos” 2 Corintios 8:9
EN CIERTA OCASIÓN, Confucio, antiguo sabio chino, enseñó: “Si dedicas tu vida a buscar venganza, cava primero dos tumbas”. Es verdad, ¿no? Cuando me niego a perdonar a quien me ha ofendido y, en vez de ello, gasto mi energía y mi vida en buscar desquitarme, acabo destruyéndome también a mí, ¿no crees?
En su libro El girasol, Simón Wiesenthal no solo relata la oscura historia de su decisión de juventud de no aceptar la súplica de perdón de un soldado nazi moribundo (como señalamos el 19 de mayo); también incluye las respuestas de 53 personas distinguidas, hombres y mujeres, a su pregunta: “¿Qué habría hecho usted?” Uno de aquellos encuestados fue Harold Kushner, autor de supervenías y rabino, que, en su ensayo, cuenta la historia de una mujer de su congregación: “Encabeza una familia monoparental; está divorciada y trabaja para sostenerse a sí misma y a sus tres hijos pequeños. Me dice: ‘Desde que mi esposo nos abandonó, cada mes es una lucha pagar nuestras facturas. Tengo que decir a mis hijos que no tenemos dinero alguno para ir al cine mientras él vive con su nueva esposa en otro Estado. ¿Cómo puede usted decirme que lo perdone?’ Yo le contesto: ‘No te pido que lo perdones porque lo que hizo fuera aceptable. No lo fue; fue malo y egoísta. Te pido que lo perdones porque no merece el poder de vivir en tu cabeza convirtiéndote en una mujer amargada y furiosa. Me gustaría verlo salir de tu vida emocionalmente tan completamente como está fuera de ella físicamente, pero tú sigues aferrándote a él. No le haces daño a él aferrándote a ese resentimiento, sino que te haces daño a ti misma’ ” (pp. 185, 186).
Puede que seas una de las personas que han sido gravemente heridas a manos de otra. El dolor que has sufrido es tan agudo, tan profundo, tan cercano a la superficie, que ahora palpita casi todos los días a la hora de despertarte. Algo en lo más hondo de ti clama por venganza. Y, por ello, te niegas a perdonar una herida tan dolorosa y a quien la asestó con tanta maldad. Sin embargo, al final, ¿merece la pena?
El rabí y el sabio tienen razón. Nos destruimos a nosotros mismos cuando nos negamos a perdonar.
El Hombre en medio de la cruz no solo nos perdonó a nosotros en su oración; también perdonó a los que han perpetrado algo contra nosotros. Entonces, quizá la mayor sanación de Jesús se producirá cuando aprendamos no solo a orar por nuestro propio perdón, sino a orar por el perdón de nuestros enemigos.