El Club del buen Samaritano – Adultos 17 de mayo 2016
“Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ‘¿Y quién es mi prójimo?’ ” Lucas 10:29
En cierta ocasión, un urbanita intérprete de la ley se levantó, carraspeó y se dispuso a abochornar a un predicador provinciano itinerante delante de todo el gentío. Preguntó: “¿Qué tengo que hacer para ser salvo?” Pero el predicador no era ningún pueblerino y respondió con sabiduría la pregunta del erudito con otra pregunta: “¿Qué lees en la ley?” A lo cual el maestro de la ley, cabalmente formado, contestó de inmediato: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Luc. 10:27). Era el conocido Shemá de Israel y venía siendo un versículo aprendido de memoria desde los días de la infancia. Pero, para redondear la cosa, el intérprete de la ley añadió una línea familiar adicional tomada de la antigua ley solo para asegurarse: “Y a tu prójimo como a ti mismo”. ¡Perfecto!
Pero la sonrisa encantada de conocerse se desvaneció rápidamente cuando el predicador provinciano felicitó al doctor de la ley por haber dado respuesta a su propia pregunta. Ante el cuchicheo del gentío, el casuista se lanzó a recuperar la ventaja en su cruce verbal con el Maestro. “¿Y quién es mi prójimo?” (vers. 29).
Como respuesta, Jesús urde una historia sacada directamente de las noticias cotidianas con matices raciales nada sutiles sobre una víctima judía, un sacerdote judío, un levita y un comerciante samaritano. Según apuntamos antes, requería osadía tan siquiera mencionar a los samaritanos (los odiados mestizos de Palestina), pero ¡aquí es puro descaro elevar al samaritano al papel de héroe ante aquella audiencia judía! Y cuando llega al final de la historia, Jesús se vuelve al doctor de la ley y reformula la pregunta de este: “¿Cuál de estos fue el auténtico prójimo?” Y cuando el maestro de la ley ni siquiera osó mencionar el gentilicio, sino que se contentó con mascullar “El que se compadeció de él”, Jesús estaba preparado y listo con su revolucionario remate: “Ve y haz tú lo mismo” (vers. 37).
Considera este modélico resumen de El Deseado de todas las gentes: “Así la pregunta: ¿Quién es mi prójimo?’ está para siempre contestada. Cristo demostró que nuestro prójimo no es meramente quien pertenece a la misma iglesia o fe que nosotros. No tiene que ver con distinción de raza, color o clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está herida o magullada por el adversario. Nuestro prójimo es todo aquel que pertenece a Dios” (cap. 54, p. 473).
¿Para quién seré prójimo hoy? Para cualquiera que tenga necesidad. Por eso los elegidos son el mejor prójimo de todos, porque, como Jesús, pertenecen al Club del Buen Samaritano.