El Bebé Número 81 – Para el martes 31 de mayo 2016
«Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Romanos 5: 6-8
EL «BEBÉ NÚMERO 81» debe de haber sido el bebé más querido y amado del mundo aquellos primeros días. La historia que subyace a su nombre era simple, pero triste: era la octogésima primera víctima llevada a aquel pequeño hospital de Sri Lanka después del devastador tsunami de las Navidades de 2004. No tenía madre, ni padre, ni hermanos; aquel bebé sobrevivió al maremoto y fue dejado en el hospital por un desconocido que lo halló con vida. Sin embargo, la trama se complicó cuando, en los días que siguieron, ¡aparecieron nueve madres que lo reivindicaban como propio! Una de ellas estaba tan afligida que, frente a las cámaras de los servicios de noticias, entró por la fuerza en la sección de neonatología del hospital y arrebató al bebé, aunque las enfermeras acudieron de inmediato a la sala y la agarraron por los pelos para recuperarlo. Un juez dictaminó que las emotivas súplicas de las nueve madres tendrían que esperar hasta que un análisis de ADN pudiera determinar el vínculo genético y a la medre legítima. Hasta entonces, el Bebé Número 81 fue el bebé más amado del mundo.
Y esa es la verdad evangélica sobre ti, sobre mí y los elegidos, ¿no? Dada la conmovedora declaración de nuestro texto de hoy, ¿quién de nosotros no puede acostarse de noche, como el Bebé Número 81, con la certeza sumamente fehaciente de que somos amados, amados de verdad, por el Dios y Padre de todos nosotros? No necesitamos nueve madres que nos reivindiquen; solo un Padre, que mostró «su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8).
¿Hay un «vínculo genético» entre el Padre y tú y yo? ¿Coincide el ADN de su amor con la forma en que tú y yo amamos al mundo que nos rodea? La buena noticia sobre el undécimo mandamiento para los elegidos es que Jesús no nos ordena que apretemos los dientes y nos esforcemos por agenciarnos un amor que, por raro que parezca, no esté disponible o resulte inaccesible. Más bien, su discreta orden de que nos amemos mutuamente como él nos ha amado es, en realidad, simplemente una invitación a permitir que el amor de Dios que el Espíritu Santo ha derramado en nuestro corazón se derrame hacia el exterior de nuestros corazones por el mismo Espíritu. «Dejen que mi Espíritu derrame fuera de ustedes lo que mi amor ha derramado en ustedes».
El Calvario es prueba suficiente de que los elegidos son elegidos no por el amor de ellos, sino por el de él. Y entender eso es el primer paso para amar este mundo como respuesta a él.