Domingo 8 de Diciembre – SACRIFICIO POR LA CAUSA – Matutina Adultos

SACRIFICIO POR LA CAUSA

“Acuérdate de mí, oh Dios, en orden a esto, y no borres mis misericordias que hice en la casa de mi Dios, y en su servicio” (Nehemías 13:14).

 En el año 1904, la Asociación General decidió enviar a Thomas Davis junto a su esposa, Susana, y a sus hijas al Ecuador. Fueron los pioneros de la obra en aquel país y comenzaron allí el trabajo del colportaje.

Apenas llegaron, sintieron el desafío que los esperaba. En el puerto de Guayaquil, Thomas escuchó que el jefe de la aduana le decía: “Mientras el Cotopaxi esté de pie, no habrá lugar en Ecuador para los evangélicos herejes”. El Cotopaxi al que este hombre se refería era el volcán localizado cerca de la ciudad de Quito, que es uno de los más altos del mundo.

No demoró en tener que enfrentar resistencia y oposición. Los líderes religiosos orientaban a sus fieles a rechazar a los misioneros. Por eso escucharon con mucha frecuencia frases como: “Estos libros contienen herejías”; “¡No quiero libros! ¡Salga de mi casa!”; “Si usted no deja de visitar a las personas en este barrio, voy a llamar a la policía”.

Mientras Thomas Davis continuaba su empresa misionera, más de una vez escuchó a personas que le gritaban: “¡Diablo! ¡Diablo!” Eso no lo desanimó. Siguió con un ánimo incansable, distribuyendo libros y enseñando la Biblia a las personas. Su visión era clara: “No me gustaría ver al Señor volver hasta que Ecuador haya tenido la oportunidad de conocer la verdad sobre la segunda venida de Jesús”.

Mientras tanto, su esposa, Susana, esperaba a su tercer hijo. Su salud estaba afectada y tenían mucha dificultad para conseguir remedios; nadie se los quería vender a un “protestante hereje”, como él era tratado. El bebé nació y recibió el nombre de Atha, pero cinco días después del parto, tres años a partir de su llegada al país, Susana falleció.

El momento era difícil, pero la persecución no disminuyó. A Davis le prohibieron enterrar a su esposa en el cementerio de la ciudad de Ambato. Siempre valiente, cavó un túmulo bajo un árbol de moras, hizo una oración llena de fe y enterró a Susana. Nada detenía a aquel hombre de Dios; ni el dolor más fuerte ni la oposición más amarga.

Sin duda alguna, Dios no se olvidó del trabajo de este héroe misionero, y de otros que también nos emocionan con su espíritu de sacrificio por la causa. Los tiempos cambiaron, y tal vez hoy nuestro mayor desafío no sea tener oposición, sino el estar cómodos.

¿Estás dispuesto a pagar cualquier precio o a salir de tu zona de confort para compartir el evangelio del Reino y ver a Cristo volver en tu generación?

Radio Adventista

View all contributions by