MADRE DE NACIONES – 1
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Génesis 12:2.
A Abraham se le dio la promesa, muy apreciada por la gente de aquel entonces, de que tendría numerosa posteridad y grandeza nacional: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2). Además, el heredero de la fe recibió la promesa que para él era la más preciosa de todas, a saber que de su linaje descendería el Redentor del mundo. “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (vers. 3). Sin embargo, como condición primordial para su cumplimiento, su fe iba a ser probada; se le exigiría un sacrificio.
El mensaje de Dios a Abraham era: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (vers. 1).
Durante su estada en Egipto, Abraham dio evidencias de que no estaba libre de la imperfección y la debilidad humanas. Al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, reveló desconfianza en el amparo divino, una falta de esa fe y ese valor elevadísimos tan noble y frecuentemente manifestados en su vida. Sara era una mujer “hermosa en gran manera” (Génesis 12:14), y Abraham no dudó que los egipcios de piel oscura codiciarían a la hermosa extranjera, y que para conseguirla, no tendrían escrúpulos en matar a su esposo. Razonó que no mentía al presentar a Sara como su hermana; pues ella era hija de su padre, aunque no de su madre. Pero este ocultamiento de la verdadera relación que existía entre ellos era un engaño. Ningún desvío de la estricta integridad puede merecer la aprobación de Dios. A causa de la falta de fe de Abraham, Sara se vio en gran peligro. El rey de Egipto, habiendo oído hablar de su belleza, la hizo llevar a su palacio, pensando hacerla su esposa. Pero el Señor, en su gran misericordia, protegió a Sara, enviando plagas sobre la familia real. Por este medio supo el monarca la verdad del asunto, e indignado por el engaño de que había sido objeto, devolvió su esposa a Abraham reprendiéndole así: “¿Qué es esto que has hecho conmigo?… ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer? Ahora, pues, he aquí tu mujer; tómala, y vete” (vers. 18, 19). – Elena G. de White, HD, 23, 24