“Busqué a Jehová, y él me oyó y me libró de todos mis temores” (Sal. 34:4).
Pobrecito nuestro perrito, “Albaricoque”… Cuando tiene miedo, jadea fuertemente, ladra y se pone como loco. Casi todo le da miedo: los truenos, los fuegos artificiales y cualquier ruido fuerte. ¿Por qué se asusta tanto, si ninguna de esas cosas le ha hecho daño jamás?
Anoche, cuando comenzaron a escucharse truenos, Albaricoque no paraba de ladrar. Dejé que entrara en la casa y se metió debajo de la mesa de la cocina. Estar adentro, con nosotros, lo hace sentirse cómodo, porque somos sus “mejores ami gos”. ¡Cuán parecido es su comportamiento al nuestro! Cuando tenemos miedo, no queremos estar solos. La presencia de alguien ayuda a que nuestro miedo desaparezca. Desafortunadamente, Albaricoque no puede quedarse en la casa durante la noche. Una vez traté de acondicionarle un rincón para que se quedara, pero se la pasó tratando de tumbar la barandilla para salir. Por alguna razón, no se adaptó a su habitación improvisada, y por eso tuvo que irse nuevamente al patio trasero de la casa, a enfrentar sus miedos. Él tiene ahí su casita, pero a veces no se siente seguro en ella, así que, se busca un lugar en el cobertizo, donde nadie puede verlo.
Una noche de tormenta, dejé que Albaricoque entrara en la casa para que dejara de ladrar. Inmediatamente se calmó. Pero a los pocos minutos, alguien comenzó a halar mi cobija. Tuve que volver a sacarlo al patio. “¡Guau!, ¡guau!, ¡guau! ¡Déjame entrar!”, decía él. En vez de complacerlo en su petición, tuve que salir yo a quedarme con él. Escondió su cabeza entre mis piernas, mientras yo lo acariciaba y le hablaba. Finalmente se calmó; y afortunadamente la tormenta también. No hubo más true nos ni ruidos estruendosos. Albaricoque se sintió seguro, y durmió en su casita sin problemas esa noche. “Gracias, Señor, por haberte ocupado de esta tormenta”.
A nadie le gusta sentir miedo. A veces, al igual que Albaricoque, vivo mis propios episodios de “factor miedo”, en vez de vivir con el “factor fe”. Cuando troto en las mañanas, ocasionalmente siento miedo de que un perro trate de morderme. Sinceramente, no puedo disfrutar, si tengo miedo. Entonces ahora, antes de irme a trotar oro, y pido a Dios que me cuide. Recuerdo versículos como: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones” (Dan. 6:22). Si Dios puede mantener a un león a raya, también puede evitar que cualquier perro me muerda u otros peligros.
Señor, tus palabras calman mis temores. Recuérdame que, como mi mejor amigo, siempre estás conmigo, y me das paz por medio de tu Palabra, cuando siento miedo. Transforma mi miedo en fe.