NO NECESITAS NADA MÁS
«Puesto que somos sus hijos, también tendremos parte en la herencia que Dios nos ha prometido, la cual compartiremos con Cristo, puesto que sufrimos con él para estar también con él en su gloria» (Rom. 8:17).
Para Dios, eres alguien muy importante y especial. Cuando te observa, pale no ve a la mujer tosca o de carácter férreo que tú misma crees que eres.
Cuando te observa, no es para señalar tus defectos de carácter, la simpleza de tus palabras ni las carencias de tu vida espiritual. Dios no se detiene a condenarte si en alguna ocasión dejas aflorar tu arrogancia. Cuando Dios te mira con sus ojos de ternura, lo que ve es un diamante en bruto que aún necesita ser pulido; una perla preciosa que debe ser extraída de su tosca capa exterior. Sabe que el trabajo contigo será duro, pues eres humana, tienes voluntad propia y no te dejarás fácilmente extraer la belleza infinita que él puede sacar de ti para honra y gloria suya.
Sí, querida amiga, esa eres tú: un tesoro de valor incalculable porque Jesús te compró con su sangre. Por ti se dejó clavar en un madero; fue presa del dolor más cruel que jamás alguien haya sentido sobre la faz de la tierra. Él aceptó los clavos por causa de su infinito amor por ti. Él te creó y él te redimió; y eso es lo que hay en su mirada cuando pone atención a tu vida. Él te ama por partida doble.
El cielo y la tierra atestiguaron que el Cristo tenía la frente herida, clavada por espinas que hacían brotar sangre de su rostro demacrado por causa de tu pecado; que su cuerpo fue maltratado en el cruel Calvario. Ese sacrificio lo estaba haciendo para que tú obtuvieras salvación y vida; y ese sacrificio condiciona su manera de mirarte. Ese sacrificio es en realidad su amor.
¿Puede estar más claro? Jesús te ama, más aún de lo que tú te amas a ti misma. Por eso, hija del Rey, levántate, ya es hora de que entiendas que eres heredera de su gloria.
Tienes muchos motivos para sentirte plena, agradecida y dispuesta a vivir tu cristianismo en el día de hoy. «Pues yo soy tu Señor, tu salvador, el Dios Santo de Israel. Yo te he adquirido; […] porque te aprecio, eres de gran valor y yo te amo» (Isa. 43:3-4). No necesitas nada más.