LA VISTA INTERIOR
“El espíritu humano es la lámpara del Señor, pues escudriña lo más recóndito del ser” (Prov. 20: 27).
Estaba sucediendo de nuevo: mi colon sangraba… profusamente. Esta era la tercera vez. Pero al menos esta vez no estaba en un país extranjero, sino en casa, con mi esposo, así que fuimos rápidamente a la sala de Emergencias. Apenas pudo, la gastroenteróloga hizo una colonoscopía. Vio un área que pensó que podría ser la fuente de sangrado pero, como el sangrado se había detenido, no podía estar segura. Luego de recibir cuatro unidades de sangre, volví a casa sintiéndome bastante bien. Pero veinte horas después, mi colon volvió a sangrar. ¡De vuelta al hospital! Esta vez, el médico pidió un estudio de medicina nuclear para encontrar el origen del sangrado. Apenas había llegado a la habitación de internación y ya me estaban sacando sangre; poco después volvieron a colocarla en mis venas, solo que esta vez le habían agregado radionúclidos. Entonces, me llevaron al departamento de Medicina Nuclear. Acostada en la camilla, con el escáner moviéndose sobre y alrededor de mí, volví mi cabeza para mirar la pantalla de la computadora y ver qué era lo que observaba el técnico.
Era increíble. Allí estaba mi colon, y allí estaba la sangre fluyendo hacia él. Mostraba claramente el lugar donde no debería haber sangre. A las pocas horas me encontraba en otra camilla, la de la sala de operaciones, donde me extirparon una parte del colon.
Pero, mientras yacía en la camilla de Medicina Nuclear, un pensamiento cruzó por mi mente: Así es como Dios puede ver nuestro interior. Él no solo puede ver la sangre circulando, el corazón bombeando y todo el resto, él puede ver dentro de nuestras mentes y entender lo que estamos pensando. En realidad no es tan difícil. Él ha permitido a las personas inventar sistemas que pueden ver nuestro interior. Por supuesto, la medicina moderna ha estado usando tecnología de radiografías, resonancias magnéticas y tomografías desde hace ya algún tiempo, pero observar algo que sucedía adentro de mi propio cuerpo me dio un conocimiento del que nunca había pensado.
Dios nos creó. Él nos sostiene cada día. Y él puede discernir lo que ocurre en nuestros cerebros. Verdaderamente, como cantó David hace tiempo: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!” (Sal. 139: 14). O, como lo dice una traducción más moderna: “¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien” (NTV).
ARDIS DICK STENBAKKEN