UN PASEO EN BICICLETA
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal. 23:4).
Habíamos planeado disfrutar de nuestras vacaciones montando en bicicleta, en lugar de manejando. Para confirmar que las bicis estuvieran bien, nos montamos en ellas para llevarlas a la tienda de reparaciones. La pequeña excursión resultó ser un agradable paseo. Tuvimos que dejar las bicis para ponerlas a punto, y nos dijeron que podríamos recogerlas el viernes. ¡Estupendo! Eso nos daría tiempo para volver a casa sin prisas.
El viernes amaneció soleado, un día perfecto para montar en bicicleta. Preparé un pequeño aperitivo y algunas bebidas para nuestro viaje de regreso, y mi esposo nos acercó hasta la tienda. Las bicicletas estaban listas y esperándonos. Eran las 5:30, cuando mis hijos y yo emprendimos el camino de vuelta en bici mientras mi esposo manejaba. Cuando apenas habíamos recorrido unos kilómetros, unas oscuras nubles eclipsaron el sol; de hecho, un banco de nubes surgió detrás de nosotros. El cielo que divisábamos adelante aún permanecía despejado, de manera que aceleramos para huir del mal tiempo. Un viento fuerte y frío empezó a soplar. Las fuertes ráfagas de aire golpeaban las ramas de los árboles, agitando las hojas que aún permanecían en ellas, y las hojas que ya habían caído formaban remolinos alrededor de las ruedas de nuestras bicicletas. Escuchamos un trueno en la distancia, lo que significaba que una tormenta se aproximaba rápidamente. Me entró el pánico. Una gota cayó rozando mi mejilla, y luego sentí la lluvia detrás de mí. “Niños, tenemos que ir más deprisa” dije, y comenzamos a pedalear más rápido. Al pasar por un pueblo, vi una arcada. “Esperemos un poco aquí”, les sugerí. Tan pronto como nos apiñamos bajo la arcada, empezó a diluviar. Nos habíamos librado. La tormenta estaba sobre nosotros, pero pensé: “No temeré mal alguno”.
Balo la lluvia torrencial, divisé una carpa a poca distancia. Nos trasladamos, con bicicletas y todo, hasta el refugio. Durante la siguiente hora y media, con frío, pero no mojados, tomamos el aperitivo y jugamos a juegos de palabras. Algunas personas de la zona aseguraron la carpa, para protegernos. Más tarde, para alivio de mi esposo, llegamos a casa. Pensé: Esta tarde hemos montado en bicicleta por el valle de sombra de muerte, pero Dios nos protegió. Hará lo mismo por ti hoy.
Sandra Widulle