UNIR AL HOMBRE CON DIOS
«Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella» (Génesis 28: 12).
CAMINO A PADAN-ARAM, después de que el sol se ocultó, Jacob se preparó para dormir y tomó una piedra como almohada. En ese segundo día de su viaje, Dios se le reveló en un sueño: le mostró una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo tocaba el cielo, vio ángeles que subían y bajaban por ella, y a Dios en lo alto de la escalera (Génesis 28: 12, 13).
Cristo es la escalera que Jacob vio, cuya base descansaba en la tierra y cuya cima llegaba a la puerta del cielo, hasta el mismo umbral de la gloria. Si esa escalera no hubiese llegado a la tierra, y le hubiese faltado un solo peldaño, habríamos estado perdidos. Pero Cristo nos alcanza donde estamos (E. G. White, El Deseado de todas las gentes, pág. 278).
Asimismo, en la conversación con Natanael, Jesús hizo referencia a la escalera mística que Jacob había visto en el sueño, al decir: «Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Juan 1: 51). El pecado hizo una brecha entre el hombre y Dios, pero Cristo une al hombre, débil y desamparado, con la fuente del poder infinito. Nuestro Salvador resolvió el problema transformándose en intermediario a fin de renovar la comunicación, para que así los ángeles pudieran mostrarle al mundo el camino que conduce al Lugar Santísimo.
Cuán admirable debió haber sido observar que Dios, el Padre, estaba en lo alto de la escalera hablando a Jacob de la promesa hecha a sus padres de heredar la tierra prometida y llegar a ser un pueblo especial. Allí estaba la unidad del Padre, el Hijo y los ángeles, todos ellos dándole fortaleza a Jacob y repitiendo la promesa: «Yo estoy contigo, te guardaré donde quiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho» (Génesis 28: 15).
Tenemos acceso al cielo por medio de Cristo, la escalera de la salvación. No solamente Jacob se llenó de esperanza y seguridad, sino también toda persona que va a Cristo, llevando sus cargas, sus preocupaciones, sus problemas y vacía su corazón a los pies de esa escalera que une al hombre con Dios. Allí encontrará consuelo, esperanza y perdón de sus pecados. Allí escuchará una voz del cielo que le dice: «Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos mis caminos» (Proverbios 23: 26).