¡DESPIERTA!
“Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos” (Efe. 5: 14).
La luz enceguecedora y los pasos suaves de las enfermeras me despertaron de un sueño profundo.
-Despierta, dormilona -me persuadían-. Es hora de prepararte para la cirugía. Vamos a ponerte en esta camilla.
Miré el reloj eran las seis de la mañana. Mi cerebro lentamente recordó; ¡cáncer de colon!
¿Qué sucederá? pensaba. Solo dos días atrás había sentido una molestia en mi bajo abdomen, y el médico creyó que debía hacerme una tomografía. El estudio reveló una masa en el área de los intestinos; y ahora estaba en el hospital, preparándome para una cirugía. Había informado al médico que, si era cáncer, no quería quimioterapia ni tratamientos de radiación. Estaba preparada para morir sin todos esos químicos que sabía que me harían sentir muy mal, sin la seguridad de que me curaran. Pregunté al médico si era cristiano, y me aseguró que sí. Me sentía asombrosamente en paz, aunque todo lo que me rodeaba era extraño y desconcertante.
El cuarto al que me llevaron las enfermeras estaba lleno de actividad. Obtuvieron toda la información necesaria, me conectaron a varias máquinas y tomaron mis signos vitales. Vino el anestesiólogo, y me explicó con mucha calma cuál era su trabajo y qué sucedería. Luego, me puso una máscara sobre la nariz y me dijo que respirara lentamente.
Al siguiente instante escuché.
-Frances, ¡despierta! Todo terminó.
Otra voz agregó:
-Terminó la cirugía y estás en la sala de recuperación.
Abrí mis ojos y vi enfermeras por todas partes. ¡Todavía estaba viva! Las enfermeras volvieron a llevarme a mi habitación. Ahora, despierta, escuché al médico explicar todos los detalles a mi hijo. Sabía que me estaban cuidando bien; pero mi cerebro seguía escuchando el llamado:
-Frances, ¡despierta!
Visualicé la mañana de la resurrección, y cómo será cuando Jesús vuelva y llame a los justos de vuelta a la vida. ¡Qué día hermoso será! ¡Cuánto anhelo escuchar esa voz llamando mi nombre! Job lo expresa muy bien: “Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos. Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro. ¡Este anhelo me consume las entrañas!” (Job 19: 26, 27).
FRANCES OSBORNE MORFORD