UN HOGAR REFINADO
«He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción». Isaías 48: 10
ES MUY NECESARIO que se cultive la verdadera delicadeza en el hogar. Con ella se da un poderoso testimonio en favor de la verdad. La grosería en las palabras y en la conducta, sea quien sea que la manifieste, revela un corazón viciado. La verdad de origen celestial no degrada nunca a quien la recibe, ni lo hace grosero o tosco. La influencia de la verdad suaviza y refina. Cuando los jóvenes la reciben los hace respetuosos y corteses. La cortesía cristiana se recibe únicamente bajo la obra del Espíritu Santo. No consiste en disimulo o pulimento artificial, ni en inclinarse con reverencia y sonrisas artificiales. Esta es la clase de cortesía que poseen los del mundo, pero carecen de la verdadera cortesía cristiana. La cortesía y la delicadeza verdaderas se obtienen únicamente de un conocimiento práctico del evangelio de Cristo. La verdadera cortesía consiste en manifestar bondad hacia todos, humildes o encumbrados, ricos o pobres.
La esencia de la verdadera cortesía es la consideración hacia los demás. La educación esencial y duradera es la que amplía el ámbito de la amistad, y fomenta la bondad hacia todo el mundo. La pretendida cultura que no lleva al joven a ser comedido con sus padres, a valorar sus buenas cualidades, a ser tolerante con sus defectos y atento con sus necesidades; que no lo mueve a ser considerado y afectuoso, a ser generoso y útil con el joven, el anciano y el desafortunado, y cortés con todos, es un fracaso.
La cortesía cristiana es el broche de oro que une a los miembros de la familia con vínculos de amor y los estrecha más y más cada día que pasa.
Las reglas más valiosas para el trato social y familiar se encuentran en la Biblia. Ella contiene no solo la mejor y más pura norma de moralidad, sino también el código de educación más valioso. El Sermón del Monte que pronunció nuestro Salvador contiene instrucciones inestimables para ancianos y jóvenes. Debiera leerse con frecuencia en el círculo familiar y practicar sus inestimables enseñanzas en la vida diaria. La regla de oro: «Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes» (Mat. 7:12, NVI), juntamente con la recomendación apostólica de vivir no buscando «su propio bien, sino también el bien de los otros» (Fil. 2:4, DHH), deben constituir la ley de la familia. Quienes cultiven el espíritu de Cristo manifestarán cortesía en el hogar y un espíritu de benevolencia aun en las cosas pequeñas.- El hogar cristiano, cap. 69, pp. 402-403.