MINISTRANDO EL DOLOR
“Mejor es el pesar que la risa, porque con la tristeza del rostro se enmienda el corazón” (Ecl. 7:3).
Una vez escuché esta historia: Una Inundación arrasó la casa y el molino de un hombre pobre, llevándose a su paso todo lo que poseía en el mundo.
Con el corazón roto y desanimado, se puso en pie frente al escenario de su gran pérdida. Las aguas todavía se amontonaban en charcos de lodo por toda su propiedad. Aparentemente, lo había perdido todo. Sin embargo, después de que las aguas bajaron, vio algo que brillaba desde la orilla del río y que la inundación había dejado al descubierto. ¡Ese algo era oro! Irónicamente, la tormenta, que le había causado tantas pérdidas, también lo había hecho rico.
Las inundaciones de la vida nos arrastran: el desempleo, el divorcio, la pérdida de un ser querido o, incluso, de la reputación. La Biblia está llena de “historias de inundaciones”. Tomemos, por ejemplo, la experiencia de los hermanos de Betania. La repentina enfermedad de Lázaro tenía a sus dos hermanas, María y Marta, desesperadas. Mandaron a decir a su mejor amigo, Jesús, que acudiera lo más rápido que pudiera. Conocían bien su poder para sanar.
Juan 11:6 dice que después de que Cristo recibió el mensaje, se demoró dos días antes de responder a la petición de las hermanas. ¡Entonces, Lázaro murió! El dolor era tan grande que incluso Jesús lloró cuando llegó a la escena, aparentemente cuatro días retrasado. Esa demostración de su poder de resurrección cuando llamó a Lázaro de la tumba todavía alienta a sus seguidores hoy.
Al comienzo de la historia, Jesús había dicho algo que nos da dos señales de por qué Dios permite tantas inundaciones en nuestras vidas. En primer lugar, cuando Jesús recibió el mensaje de que su amigo Lázaro estaba enfermo, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado” (Juan 11:4). Y después de llegar a Betania, cuando Lázaro seguía en la tumba, Jesús añadió: “Me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis” (Juan 11:15).
Además de que Dios estaba siendo glorificado por Cristo mediante la resurrección de Lázaro, esa “inundación” personal dio a Marta y a María la oportunidad de declarar si realmente seguirían confiando en Dios, sin importar que aún no pudieran ver el “oro”.
Que nuestras inundaciones resulten siempre para la gloria de Dios, y para demostrar nuestra fidelidad hasta que podamos ver el “oro”.
Peggy S. Rusike Edden