«Dichoso el hombre que soporta la prueba con fortaleza, porque al salir aprobado recibirá como premio la vida, que es la corona que Dios ha prometido a los que lo aman» (Sant. 1:12).
La corona es un objeto conocido en la cultura bíblica. Cuando echamos un vistazo al Antiguo y al Nuevo Testamento vemos que existían varios 10 tipos de coronas, entre los que destacaban los siguientes:
- La corona real, símbolo de la monarquía. No sabemos cómo eran físicamente las coronas reales de los tiempos bíblicos, aunque leemos algunas pistas, como Salmo 21:3: «Le pusiste una corona de oro» o 2 Samuel 12:30: «Tomó de la cabeza de su rey la corona de oro, que tenía piedras preciosas y pesaba treinta y tres kilos, y se la pusieron a David». Sí se sabe bastante de cómo eran las coronas reales en Egipto, Asiria o Persia, pero de la cultura judía no hay tanta información. Lo que está claro es que, para el pueblo de Dios, la corona de los reyes era señal de su autoridad y poder.
- La corona del sumo sacerdote, emblema del elevadísimo cargo que ocupaba. De estas sí sabemos que tenían una placa de oro con la frase: «Santidad a Jehová» (ver Éxo. 28:36-37; 29:6; Lev. 8:9).
- La corona de matrimonio, que llevaban tanto la novia como el novio cuando se desposaban, y que posiblemente consistía de una guirnalda de flores (ver Eze. 16:12).
- La corona de victoria que recibían los soldados que regresaban triunfantes de la batalla o los atletas que ganaban sus competiciones. Esta corona consistía de una guirnalda hecha de hojas naturales.
- La corona de espinas con la que los soldados romanos maltrataron a nuestro Salvador: «Le pusieron en la cabeza una corona tejida de espinas y una vara en la mano derecha. Luego se arrodillaron delante de él, y burlándose le decían: “¡Viva el Rey de los judíos!”» (Mat. 27:29; ver también Mar. 15:17; Juan 19:2).
Amiga, si somos aprobadas en nuestro paso por esta vida porque hemos amado a Dios, recibiremos la corona que nos ha prometido. Reinaremos con él en la tierra nueva; seremos real sacerdocio, pueblo santo; nos tomará como su esposa; nos dará la victoria de esta dura batalla que hemos pasado aquí abajo, donde habremos compartido el gran honor de sufrir con él y por él. Creo que no se puede pedir más. Gracias, Jesús, por esa corona que me espera.