ALEJANDRO SE RECONOCE EN LA PROFECÍA
“Cuando este caiga, un tercer reino, representado por el bronce, surgirá para gobernar el mundo” (Daniel 2:39, NTV).
La batalla del 1 de octubre de 331 a. C., en Gaugamela, en la ribera del río Bumodos, entre el ejército persa, a las órdenes de su rey Darío I, y el ejército macedonio, bajo Alejandro Magno, escribió historia. Y también hizo historia profética. Marcó el final del Imperio Persa, y es considerada una obra maestra de la táctica militar y la mayor victoria de Alejandro (las fuerzas persas superaban a su ejército al menos diez a uno).
Desaparecía el Imperio Persa y comenzaba la hegemonía mundial del Imperio Macedonio, como las profecías de Daniel lo habían indicado siglos antes. Durante esta campaña, Alejandro se desvió al sur, y conquistó Tiro y luego Egipto, pasando por la actual Israel. La primera interacción entre Alejandro y los judíos quedó registrada en el Talmud (Yomá 69a) y en el libro Antigüedades de los judíos, del historiador judío Flavio Josefo. En ambos, el sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, temiendo que Alejandro destruyera la ciudad, salió a su encuentro antes de que llegara. Flavio Josefo narra este encuentro:
“Alejandro, al contemplar desde lejos […] al sumo sacerdote con […] el turbante en la cabeza y la plancha de oro en su frente en la que estaba escrito el nombre de Dios, se acercó solo y, antes de saludar al sacerdote, veneró este nombre, […] Los reyes de Siria y los restantes se admiraron, y sospecharon que Alejandro había perdido el espíritu. […] ‘No lo adoré a él -dijo Alejandro-, sino al Dios cuyo sumo sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma, en sueños, en Dion de Macedonia, mientras me preocupaba la forma de apoderarme de toda Asia, y me exhortó a que no dudara, y que procediera confiadamente, él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de los persas. […] Creo que mi expedición se ha realizado por inspiración divina […]’. Luego que dio esta respuesta a Parmenio, entró en la ciudad, dando la derecha al sumo sacerdote y seguido de todos los sacerdotes; subió al Templo y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo con lo prescrito por el sumo sacerdote y dio pruebas de gran respeto al sumo sacerdote y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él, satisfecho, despidió a la multitud” (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, t. 2, lib. 11, cap. 8, Sec.5).
Con toda certeza, tal como la profecía se cumplió literalmente hasta ahora, el o resto también ocurrirá; especialmente la segunda venida de Cristo, que está a las puertas.