Domingo 19 de Noviembre del 2017 – JUGO DE UVA – Devoción matutina para la mujer

JUGO DE UVA

“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Más que la miel a mi boca! De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira” (Sal. 119:103, 104).

Al hojear un libro una mañana, hice una pausa luego de encontrar un pasaje poderoso: “Son muchas las maneras en que Dios procura dársenos a conocer y ponernos en comunión con él. La naturaleza habla sin cesar a nuestros sentidos” (Elena de White, El camino a Cristo, cap. 10, p. 125).

Me quedé pensando en la última frase, y pregunté: “¿Me estás tratando de decir algo, Señor?” Su respuesta llegó al día siguiente, en el desayuno, cuando tomé un sorbo de mi vaso de jugo de manzana. – Este jugo no está bien -me quejé, mientras levantaba el vaso para examinar el pálido néctar dorado más de cerca. – Eso no es jugo de manzana -me dijo mamá, riendo-; es jugo de uva.

Desconcertada, lo probé de nuevo. Pero esta vez tenía una “etiqueta” diferente en mi mente. Tenía razón. Ahora mis papilas gustativas tenían expectativas diferentes, ¡y el jugo sabía riquísimo! Este incidente tuvo un impacto tan grande en mi pensamiento que traté de encontrar alusiones a “etiquetar” en otras áreas de mi vida. Desde una perspectiva psicosocial, noté cómo nuestras expectativas, a menudo erradas, pueden acarrearnos problemas acerca de cómo “clasificamos” a otras personas. A veces respondemos negativamente, hasta que nos damos la oportunidad de conocerlos.

Desde una perspectiva espiritual, recordé la parábola de Cristo del trigo y la cizaña, según fue registrada en el Evangelio de Mateo. El granjero indicó a sus trabajadores que dejaran que crecieran juntos hasta la cosecha; entonces los cosechadores los separarían, quemarían la cizaña y guardarían el trigo en el granero (ver Mat. 13:30). Nosotros no debemos juzgar quién es “trigo” y quién es “cizaña”. Dios a menudo envía a nuestra vida a esos individuos a quienes podemos “etiquetar” y rechazar demasiado rápido, como inadecuados para nuestro “gusto”.

Quizá debiéramos dedicar más tiempo a conocer a otros personalmente, y a apreciar el “sabor” único con que podrían enriquecer nuestra vida. Además, si estamos “gustando” diariamente de la bondad del Señor (ver Sal. 34:8), apreciaremos y amaremos a otros de la manera en que él lo hace. ¡Qué lecciones he aprendido de ese simple sorbo al jugo de uva aquella mañana! Gracias, Señor, por los cinco sentidos que nos acercan a ti y a los demás.

Glenda-mae Greene

Radio Adventista

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