PENINA
EL CENTRO DEL UNIVERSO
Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina, su mujer, la parte que le correspondía, así como a cada uno de sus hijos e hijas. 1 Samuel 1:4 (RV95).
¡Cuánto hubiera querido Penina que la narración bíblica terminara en este versículo! Pero no fue así. Es que existía “otra”, y esa otra recibía una parte especial. La personalidad egocéntrica de Penina la llevaba a manifestar patrones de comportamiento como estos:
Falsa confianza propia. Penina era insegura. Como mecanismo de defensa aparentaba tener mucha confianza en sí misma.
Baja autoestima. Su estima propia era frágil, pero nadie debía notarlo; por eso exigía que se la respetara. ¡Ella era madre, la otra no!
Delirios de grandeza. Creía que contaba con talentos y capacidades especiales porque ella sí podía tener hijos.
Ambición y expectativas poco realistas. Ella lo tenía casi todo. Su felicidad sería completa si no existiera la otra esposa.
Distorsión de la realidad. No aceptaba su situación de segunda esposa y actuaba como si la otra no existiera.
Falta de empatía hacia los demás. No quería ver el dolor de Ana por no poder tener hijos. Ese no era su problema.
Reacción desmedida ante las críticas. Pensaba que nadie tenía autoridad para juzgarla.
Exhibicionismo. Sentía la necesidad de ser admirada y halagada, y captar la atención de los demás; por ello montaba escenas de celos.
Arrogarse derechos sobre otros. Ella creía que merecía un trato preferente.
Manipulación. Chantajeaba a su marido por medio de los hijos para lograr sus objetivos.
Solitaria y pesimista. No entendía por qué todos la rechazaban y por qué se sentía tan infeliz.
Penina necesitaba nacer de nuevo por gracia de Dios, hacer morir el yo y vivir en el Espíritu, entonces podría amar y servir a su prójimo. El egoísmo es muerte, el servicio es vida. Erradica hoy mismo de tu vida todo indicio de egoísmo, para que Dios pueda decir: “Esta es mi hija amada, en quien tengo contentamiento”. –GM