MIS DOS PADRES
“Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó” (Luc. 15:20).
Hoy es el fin de semana del Día del Padre, y los recuerdos del mío están fluyendo en mi mente como olas suaves regresando al océano. Lo amaba con todo mi corazón. Era cuidadoso, divertido, respetuoso, encantador y atento. Jugó un papel importante en la vida de mis seis hermanas y en la mía. A su lado nos sentíamos seguras, amadas e importantes. A pesar de que nuestra madre era la que nos disciplinaba, respetábamos a nuestro padre y reconocíamos su autoridad.
Lo que más recuerdo de nuestro padre era cuando llegaba a casa del trabajo. Tan pronto como oíamos su auto que se acercaba, corríamos a recibirlo con abrazos y besos. Cuando iba a entrar en la casa, lo hacía con al menos cuatro niñas colgando. Peleábamos por quién comería en su regazo, pues era su costumbre cenar con al menos dos de nosotras en su regazo. Por lo general, él hacía cosas divertidas con nosotras.
Lo recuerdo sentado en la cocina, con una deliciosa lata de leche en polvo en su mano, y todas en línea con un vaso de agua y una cuchara, esperando nuestro turno para conseguir nuestra porción de leche en polvo. Hacía de todo, como de cambiar un neumático, algo divertido. Allí estábamos nosotras, con herramientas que apenas podíamos levantar, tratando de aflojar las tuercas de las ruedas para elevar el gato y levantar el repuesto, para sustituir el neumático pinchado. Obviamente, en lugar de ayudar, hacíamos el proceso más difícil para él, pero él nos hacía sentir que no lo podría haber hecho sin nosotras. Cuando teníamos pesadillas, él siempre venía al rescate. ¡Qué sensación más cálida era escuchar su voz y sentir sus brazos a nuestro alrededor!
Mi padre no era perfecto; cometió errores, con consecuencias desagradables. Pero sin lugar a dudas, formó en nuestras impresionables mentes una imagen positiva del Padre celestial. Estoy más que segura de que mi Padre celestial me ama y se preocupa por mí, mejor incluso que mi padre terrenal. Yo sé que él me toma y me levanta en sus brazos. Y estoy segura de que él es mi Padre presente, en ausencia de mi padre terrenal.
Mi esperanza es vivir en el cielo para siempre, al lado de mis dos padres queridos.
Hannelore Gómez