¿PARA QUÉ BUSCAR SI NO ESTÁ AHÍ?
“¿Por qué buscan entre los muertos a alguien que está vivo? Él no está aquí. Ha resucitado” (Lucas 24:5,6, NTV).
El emperador del Imperio Romano, Constantino, se había convertido hacía poco al cristianismo, y se encontraba en el proceso de cristianizar al Imperio Romano. Su madre, Helena, se había empeñado de corazón en esta tarea, libre de los compromisos políticos de Constantino. En el año 326, Constantino convocó a todos los obispos del Imperio. En esa ocasión, el obispo Macario, de Aelia Capitolina (Jerusalén), lamentó públicamente el estado de abandono de los lugares históricos identificados con la niñez, el ministerio y, sobre todo, la muerte de Jesús.
Entonces, Helena se propuso restaurarlos. Con el apoyo del tesoro del Imperio, inició en Jerusalén una visita a aquellos lugares. Uno de los primeros lugares fue el identificado como la tumba de Jesús. De acuerdo con Eusebio de Cesarea, el emperador romano Adriano construyó en el siglo II un templo dedicado a la diosa romana Venus, para cubrir la cueva en la que Jesús había resucitado. Helena hizo excavar ese lugar y supuestamente, encontró las tres cruces nombradas en los evangelios; una de ellas, utilizada para crucificar a Jesús. Decidió, entonces, construir una iglesia allí. Esta conectaba diferentes lugares “santos”: el Gólgota, sobre el que habría muerto Jesús; y la cueva, o tumba, de la resurrección. Así, la iglesia del Santo Sepulcro fue dedicada oficialmente el 17 de septiembre de 335 d. C., del calendario gregoriano (siguiendo el calendario juliano, la Iglesia Ortodoxa conmemora este hecho el 13 de septiembre).
Actualmente, esta iglesia está bajo custodia de diversas confesiones cristianas, como católicos, ortodoxos, ortodoxos armenios y otras ramas de los ortodoxos. Incluso, es sede del patriarca de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Jerusalén. Anglicanos y protestantes no tienen presencia permanente en esta iglesia, dado que consideran la Tumba del Jardín, ubicada al norte de la Puerta de Damasco, algo alejada del casco antiguo de Jerusalén, como el verdadero lugar de sepultura de Jesús.
Durante una visita a Jerusalén, conocí los dos lugares señalados como la tumba de Jesús. Considerando las evidencias arqueológicas, probablemente ninguno de estos dos lugares sea la verdadera tumba de Jesús. Durante su ministerio, Jesús mismo se encargó de no dejar registros materiales que luego pudieran convertirse en centro de adoración.
Lo trascendental no es el lugar de su tumba, sino que la dejó vacía. Jesús resucitó y, al hacerlo, venció la muerte para siempre. ¡Esas son las buenas nuevas! Por eso, el versículo de hoy nos invita a dejar de buscar un lugar de muerte, dado que Cristo resucitó y vive en el cielo para interceder por nosotros. ¡Esa es la buena noticia!