Los ricos son los amos de los pobres, los deudores son esclavos de los prestamistas (Proverbios 22:7).
¿SUELES PEDIR DINERO PRESTADO? A lo largo de mi vida me relacioné con muchas personas que tienen esta costumbre, y si bien no hay un mandamiento que lo prohíba, las Escrituras nos advierten sobre algunos peligros que hay al depender económicamente del dinero ajeno.
Pastoreé a un matrimonio que le costó mucho vivir con su propio dinero. Siempre aparecían nuevas razones para pedirles a familiares, hermanos de iglesia, vecinos y propietarios. En algunas ocasiones, al cobrar la remuneración por el trabajo realizado, solo tienen lo suficiente para pagar deudas. Pero por diferentes razones, cuando no pudimos cobrar el dinero de sus labores, las deudas aumentaban trayéndoles innumerables dificultades.
¿Cuáles son las consecuencias de pedir prestado? Algunas de ellas son los roces y malos entendidos matrimoniales. Una familia que es consciente de sus deudas, que siente el compromiso de cancelarias, pero que no tiene los medios para hacerlo, carga sobre sus hombros una tremenda dosis de ansiedad y estrés. Eso afecta ciertamente las relaciones entre los integrantes del hogar y ocasiona recriminaciones, complejo de culpa y distanciamientos.
Otra consecuencia notable es la pérdida de confianza. La persona que pide prestado y por razones de fuerza mayor o por una actitud ladrona, no cumple con sus compromisos económicos, automáticamente mancha su nombre y lleva una fama que difícilmente lo abandonará. Muchas veces escuché un modo de recomendación: «Pastor, tenga cuidado con Fulano. Si le pide prestado y usted le presta, deberá olvidarse de ese dinero».
Dios no quiere que seamos esclavos de nadie, y para eso nos invita a vivir con lo mucho o lo poco que cada día nos provee. Elena G. White, sabiendo la situación penosa de un hombre lleno de deudas, le aconsejó: «Haga un pacto solemne con Dios prometiendo que mediante su bendición pagará sus deudas y luego aunque a nadie deberá nada, viva solamente de gachas y pan, Resulta muy facil al preparar la mesa para la comida sacar de su cartera y gastar veinticinco centavos en cosas extras. Cuide los centavos y los pesos se cuidarán solos […] No vacile, no se desanime ni se vuelva atrás. Niéguese a complacer su gusto, niéguese a satisfacer la complacencia del apetito, ahorre sus centavos y pague sus deudas. Elimínelas tan pronto como sea posible. Cuando nuevamente sea un hombre libre, no debiendo nada a nadie, habrá alcanzado una gran victoria» (Consejos sobre mayordomía cristiana , p. 271).