“Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Colosenses 3:12).
Cuando los discípulos vieron a las madres llevar a sus niños a Jesús, las reprendieron; pero viendo esto, el Maestro alzó la voz y les dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos” (Mat. 19:14). Por supuesto, no es este el único episodio bíblico de intolerancia evidente. Existen más pasajes, pero para muestra basta un botón.
La intolerancia no es un invento del siglo XXI; es tan antigua como el mismo ser humano después del pecado. Se manifiesta cuando tenemos dificultades para aceptar ciertas opiniones, actitudes y conductas de otras personas, que son de alguna manera diferentes a los nuestros o que están alejados de nuestros propios intereses y maneras de pensar. En la actualidad, la intolerancia se puede palpar en casi cualquier lugar: adultos intolerantes a la naturaleza juvenil e infantil; jóvenes que no toleran a los más mayores; hombres y mujeres intolerantes a las diferencias propias de los géneros o de la ideología política… Y eso no es todo, pues en ocasiones somos intolerantes a las creencias religiosas de otras personas, y nos jactamos de tener la verdad.
La Biblia es muy clara respecto a la importancia de que seamos tolerantes. En palabras del apóstol Pablo y, a manera de súplica, recibimos la siguiente exhortación: “Por esto yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes. Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor; procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos” (Efe. 4:1-3).
La consideración y el respeto son manifestaciones evidentes de tolerancia. La mayor prueba de tolerancia cristiana consiste en que nos demos la mano y caminemos juntos, haciendo un equipo en el nombre del Señor, a pesar de todas las cosas en las que no coincidimos. Si podemos dejar a un lado nuestras diferencias para ponernos de acuerdo, estaremos ayudando a que el mundo sea un lugar seguro, grato y armonioso para vivir.
Que nuestra oración sea: “Padre celestial, no permitas que la intolerancia, la falta de amor, la impaciencia y el orgullo maten mi conciencia. Perdona mi estrechez espiritual. En Cristo Jesús, amén”.