Un sábado en la tumba de José de Arimatea
«Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue puesto su cuerpo. Al regresar, prepararon especias aromáticas y ungüentos: y descansaron el sábado, conforme al mandamiento» (Lucas 23: 55, 56).
EL VIERNES DE LA SEMANA DE LA PASIÓN, a las tres de la tarde, después de un largo día de tortura y sufrimiento, Jesús murió y fue sepultado a la puesta del sol en la tumba de José de Arimatea, para luego reposar en el sueño de la muerte todo el sábado. Los discípulos, dispersos, vivieron un día de amarga tristeza. En el Templo reinaba el desconcierto, porque la pesada cortina que separaba los compartimentos del Santuario se había rasgado de arriba abajo. Los enfermos que llegaban al templo ya no encontraban al sanador. Pilato permitió que se colocara un sello de seguridad sobre la piedra que cerraba la tumba, y destacó una guardia de soldados frente al sepulcro de Jesús.
Simón de Cirene, el ladrón en la cruz y el centurión romano, habían sido tocados por Dios durante la crucifixión de Jesús y se habían puesto de parte de él. Simón de Cirene fue obligado a llevar la cruz, porque Jesús no la podía cargar. Este privilegio providencial lo indujo a llevar la verdadera cruz de Cristo y a oír su llamado.
La Biblia afirma que el sábado que Cristo pasó en la tumba, y sus discípulos en adoración, no fue el sábado ceremonial sino el sábado semanal del mandamiento. Lucas afirma que las mujeres descansaron el sábado conforme al mandamiento (Lucas 23: 56), Las mujeres que acompañaron a Cristo hasta su crucifixión no se quedaron junto a la tumba, sino que regresaron a sus hogares para adorar a su Dios y guardar el mandamiento. Las mujeres y los apóstoles estaban deseosos de que pasara el sábado para correr a la tumba, pero no fueron cuando el sol se ocultó, por temor a los judíos. Corrieron muy temprano el primer día de la semana, mas Jesús había resucitado, y Satanás estaba derrotado. La victoria sobre el mal estaba asegurada y Cristo estaba listo para llenar todo corazón de esperanza de vida eterna. Cristo, el cordero de Dios, había muerto por el pecador y ya no se necesitaban más sacrificios.
Tanto Cristo como sus discípulos, nos enseñan que el sábado es de suma importancia porque descansaron en él conforme al mandamiento. Que el sábado siga siendo especial para nosotros todo el tiempo.