VOLUNTAD IRREVOCABLE
«Balaam respondió a Balac: “Mira, ya he venido ante ti: ¿pero podré ahora decir alguna cosa? La palabra que Dios ponga en mi boca, esa hablaré”» (Números 22: 38).
BALAC ESTABA PLENAMENTE seguro de que Balaam tenía poderes sobrenaturales que le permitían hacer hechizos. El rey insistió: «Yo sé que el que tú bendigas bendito quedará, y el que tú maldigas maldito quedará» (Números 22: 6). Creía firmemente que Balaam podía arruinar al pueblo con alguna plaga para siempre. Pero la voluntad de Dios no puede ser cambiada por ningún ser humano ni por Satanás. Dios es absoluto en sus decisiones; y él había decidido bendecir a su pueblo en esa ocasión.
Aunque Balaam quería decir otra cosa y hacer su voluntad, Dios no se lo permitió. Por eso, le repitió varias veces a Balac: «¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? […] He recibido orden de bendecir, él dio una bendición, y no podré revocarla» (Números 23: 8, 20). La voluntad de Dios estaba a favor de Israel, y los paganos no tienen poder delante del verdadero Dios para su santa voluntad. Por otro lado, es importante destacar el hecho de que Dios pudo usar a un profeta apóstata para cumplir su voluntad. Tres veces y en tres lugares diferentes, Balac llevó a Balaam para ofrecer sacrificios y tratar de que Dios cambiara de opinión y maldijera a su pueblo.
En la vida de Esaú notamos que su pecado fue el intento de cambiar la voluntad de Dios. Él quería lo que quieren muchas personas: hacer la voluntad de Dios y recibir su bendición, pero también hacer lo que les plazca. Quieren disfrutar tanto los deseos de su propia carne, así como los deseos de Dios. Pero hay un problema grave en este estilo de vida. Los deseos y la voluntad de la carne se oponen a los deseos y la voluntad de Dios (véase Gálatas 5: 16-24).
La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; mas para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios (E. G. White, El camino a Cristo, pág. 43).
Hagamos la voluntad de Dios.