NINGUNA ORACIÓN SE PIERDE
«Tú oyes la oración; a ti vendrá toda carne». Salmo 65: 2
EL SEÑOR DECLARA que será honrado por aquellos que se acerquen a él, que fielmente
se ocupen en su servicio. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado» (Isa. 26:3). El brazo de la Omnipotencia se extiende para conducirnos hacia adelante, siempre adelante. Avanza —dice el Señor—; te enviaré ayuda. Porque pides por causa de la gloria de mi nombre, lo recibirás. Seré honrado ante la vista de los que esperan ver tu fracaso. Ellos verán cómo mi palabra triunfará gloriosamente. «Y todo lo que ustedes, al orar, pidan con fe, lo recibirán» (Mat. 21:22, DHH).
Si estás afligido o sientes que te tratan injustamente clama al Señor. No endurezcas el corazón sino lleva tus peticiones al Señor. Él nunca rechaza a los que acuden a él con corazón contrito. Ninguna oración sincera se pierde. En medio de las antífonas del coro celestial, Dios oye los clamores del más débil de los seres humanos. Presenta los deseos de tu corazón en tu habitación, ora al andar por el camino, y permite que tus palabras lleguen al trono del Monarca del universo. Pueden ser inaudibles para todo oído humano, pero no morirán en el silencio, ni serán olvidadas a causa de las actividades y ocupaciones que efectúas. Nada puede ahogar el deseo del alma. Este se eleva por encima del ruido de la calle, por encima de la confusión de la multitud, y llega a las cortes del cielo. Es a Dios a quien hablamos, y él escucha nuestras oraciones.
Aun si te sientes indigno, no temas encomendar tu caso a Dios. Cuando se dio a sí mismo en Cristo por los pecados del mundo, tomó a su cargo el caso de cada alma. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rom. 8: 32).
El mayor deseo de Cristo es redimir su herencia del dominio de Satanás. Pero antes de que seamos librados del poder satánico exteriormente, debemos ser librados de su poder interiormente. […]
No hay peligro de que el Señor descuide las oraciones de sus hijos. El peligro es que, en la tentación y la prueba, nos intimidemos, y dejemos de perseverar en oración.— Palabras de vida del gran Maestro, cap. 14, pp. 137-138.