CUANDO DIOS NO CONTESTA LAS ORACIONES
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18).
Cuando llegué a casa de la escuela una tarde, mi hermana me dijo que mi madre se había caído y no podía caminar. Ese accidente trajo un capítulo de cambio a nuestra vida familiar.
Mi madre era una mujer muy ocupada. A sus 85 años, todavía hacía las tareas del hogar, aunque se le hubiera dicho que no las hiciera. Insistía en hacer las compras, cocinar, limpiar el jardín, y todo lo que sus manos pudieran hacer para no aburrirse durante el día. Hasta esa mañana, cuando se cayó. Fue un accidente que cambió su estilo de vida, limitó sus movimientos, y la hizo muy infeliz. Como era una mujer muy independiente, fue difícil para ella aceptar su condición. No estaba acostumbrada a ser servida, alimentada o bañada.
Una radiografía reveló que tenía una articulación fracturada y necesitaba de cirugía. Con el deseo de estar de nuevo en píe y volver a su rutina, mi madre decidió someterse a la operación de reemplazo de la articulación de la cadera. Tenía la esperanza de que podría caminar de nuevo. Por desgracia, mientras se encontraba en la sala de recuperación, sufrió un derrame cerebral, y de ahí en adelante ella fue incapaz de hablar o caminar de nuevo. Su salud se deterioró, y después de siete meses postrada en una cama, falleció.
Durante ese tiempo, oramos por su recuperación, pero Dios no contestó nuestras oraciones. Fue difícil para nosotros aceptar el destino de nuestra madre. Pero mi hermana y yo creíamos que había una lección que Dios quería que aprendiéramos de esa experiencia. Dios nos mostró que él nos acompaña durante todos los momentos tristes de nuestra vida. Él nos proporcionó todo lo necesario para cuidar de nuestra madre; bendiciones espirituales y financieras llovieron. Familiares y amigos nos dieron el apoyo moral, espiritual y financiero que necesitábamos. Dios no nos dejó solas.
Un buen número de personajes de la Biblia pasaron por situaciones en que no siempre obtuvieron las respuestas que esperaban a sus oraciones. Estoy segura de que los apóstoles oraron por la liberación de la cárcel, y estando todavía en prisión seguían creyendo. Aunque nunca tengamos la respuesta que queremos, Dios no nos abandona; nos hace sentir amadas y protegidas.
Minerva M. Alinaya