Domingo 14 de enero ¡ANGUSTIA EN LA GRAN CIUDAD! Matutina Mujeres

¡ANGUSTIA EN LA GRAN CIUDAD!

“En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos!” (Sal. 18: 6).

Digo a mis amigos, a manera de broma: “Dios nos da hijos para que permanezcamos sobre nuestras rodillas”. Recientemente, volví a experimentar cuán real es Dios y cómo escucha nuestros ruegos. La sobrina de mi esposo se iba a casar en Nueva Jersey, y estábamos entusiasmados con la idea de viajar para volver a ver a nuestra familia y amigos allí. Quienes somos de las islas del Caribe siempre disfrutamos de visitar los Estados Unidos. Semanas antes del viaje, pedía Dios que nos protegiera. Nuestra segunda hija, que asiste a la universidad en Tennessee, se encontraría con nosotros en Nueva Jersey. Viajaría sola desde Atlanta, Georgia. Por supuesto, esto hacía que ella se sintiese realmente adulta a sus veinte años, pero no hacía que su madre se preocupara menos.

Llegamos a Nueva Jersey antes que nuestra hija, y disfrutamos mucho haciendo compras y pasando tiempo con la familia. El día de su arribo, viajamos en limusina al hotel en el cual nos hospedaríamos. Sin embargo, la tarifa fue mayor de lo que habíamos anticipado, y todavía teníamos que ir hasta el aeropuerto a buscar a nuestra hija. Entonces, nos dijeron que la tarifa sería de $85 si el conductor iba solo, mientras que, si íbamos todos, sería de $175.

Comencé a entrar en pánico. De repente, mi viaje perfecto se estaba desintegrando ante mis ojos. Mi esposo, que es pastor, sugirió que le pidiéramos al conductor que buscara a nuestra hija él solo. Aunque yo no me sentía para nada cómoda con la idea, no se me ocurrió otra solución. Así que la limusina partió, dejándonos una sola cosa para hacer: orar. Y cómo oramos inmediatamente, llamamos a nuestra hija y le explicamos la situación. Quizá sepas cómo trabaja la mente de una madre: escenas de programas televisivos policiales bailaban en mi mente: niñas asesinadas en la gran ciudad. Pero seguí orando, pidiendo a Dios que protegiera a nuestra niña. Mientras tanto, mantuve la llamada telefónica abierta todo el tiempo su viaje en la limusina camino al hotel, y permanecí mirando la puerta de entrada del hotel. ¡Fueron los 45 minutos más largos de mi vida! Cuando finalmente ella entró en el vestíbulo del hotel, pensé que explotaría de tanto gozo y agradecimiento. ¡Dios me había dado una audiencia privada en su presencia!

Como dice nuestro versículo: “En mi angustia invoqué al Señor, clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo, ¡mi clamor llegó a sus oídos!” ¡Él hará lo mismo por ti!

LYNN C. SMITH

Radio Adventista

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