“Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
Ser o no ser, esa es la cuestión” es la famosa frase escrita en su obra Hamlet por el dramaturgo inglés William Shakespeare. Adaptándola, podríamos decir: “Juzgar o no juzgar, esa es la cuestión”. Por un lado, somos muy rápidos en juzgar a otros y muy lentos en juzgarnos a nosotros. Olvidas que “tu meta no es ser mejor que alguien, sino ser mejor de lo que solías ser” (Wayne Dyer).
Claro que podemos “juzgar” y evaluar a nuestro prójimo, cuando nos hayamos examinado primero nosotros, cuando tenemos toda la información, cuando lo hacemos con humildad, cuando damos los pasos bíblicos, y lo que nos mueve es el amor y el propósito de restaurar y ayudar a crecer.
Bien vale aplicar el consejo de Tomás de Kempis: “Trata de sobrellevar con paciencia las debilidades y los defectos ajenos, cualesquiera que sean, porque tú también tienes muchos defectos que los demás tienen que soportar. Si tú mismo no puedes ser como deseas, ¿cómo vas a pretender que los demás sean como tú quieres? Pretendemos que sean perfectos y nosotros no enmendamos nuestras propias miserias”.
Según Pablo, hay tres problemas en Corinto con los hermanos que juzgan el ministerio. El primer problema es el momento del juicio. Se trata de un juicio anticipado, de antemano, fuera de tiempo, un prejuicio, y por lo general, es negativo. Esa mirada nos lleva a hacer un juicio previo e interpretando mal. El momento adecuado para el juicio es el regreso del Señor.
El segundo problema es juzgar con normas equivocadas. Los corintios medían según sus propias opiniones, sentimientos y prejuicios. La única norma segura es el invariable “Escrito está” de la Palabra de Dios.
El tercer problema es la motivación equivocada. En los corintios, la motivación no era espiritual: golpeaban a los ministros para imponer sus ideas. Promovían las divisiones en la iglesia. Dios es el único que mira el corazón, puede leer las motivaciones y juzgar con justicia.
¿Juzgar o no juzgar? Elena de White nos desafía: “Cristo se revistió de nuestra humanidad para poder ser nuestro Juez. Ninguno de vosotros ha sido designado para juzgar a otros. Todo lo que podéis hacer es corregiros a vosotros mismos. Os exhorto, en el nombre de Cristo, a obedecer la orden que os da, de no sentaros jamás en el sitial del juez. Día tras día, este mensaje ha repercutido en mis oídos: ‘Bajad del estrado del tribunal. ¡Bajad de él con humildad!” (Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 469).