“Apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto” (Hechos 14:19).
La transpiración es un líquido (compuesto por dióxido de carbono y vapor de agua) que segregamos naturalmente por los poros de la piel, y en mayor cantidad cuando la temperatura del ambiente es elevada. Se puede dar también porque el cuerpo genera calor (como cuando hacemos ejercicio) y ante situaciones de estrés.
Entre las funciones de la transpiración, podemos destacar la termorregulación -lo que mantiene nuestro organismo en una temperatura estable e ideal-, la eliminación de toxinas y la refrigeración.
Más allá de lo fisiológico, también usamos la expresión para ilustrar el grado de identificación con un ideal o con una causa. Si decimos que alguien “transpira la camiseta” es porque está identificado, apasionado, centrado y totalmente comprometido con una actividad.
Por su parte, un milagro es una intervención divina. Es un acto sobrenatural que se percibe o recibe a través de la fe. Para otros, es tan solo una hipótesis que pretende explicar ciertos fenómenos sin ninguna comprobación científica posible. Y, para los que no quieren creer, un milagro es un defecto o una debilidad del necesitado corazón humano.
Pablo fue apedreado en Iconio y arrastrado fuera de la ciudad. Auxiliado por hermanos, Pablo se levantó, y se dirigió a Derbe para seguir predicando. Todavía las manchas de sangre no se habían secado en su túnica, y él seguía adelante con su misión.
Después de anunciar el evangelio en aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvió a Listra, Antioquía e Iconio, para seguir predicando, aun en medio de tribulaciones, a fin de extender el Reino de Dios.
De este modo, Pabló visitó algunas de las principales ciudades de aquel entonces. Es verdad que muchos milagros acompañaron el ministerio de Pablo, pero también es verdad que él se entregaba por completo a la causa.
¿Estamos hoy precisando más transpiración, más identificación y más compromiso? ¿Necesitamos más comunión, más foco en la misión y más milagros? ¿Acaso no necesitamos desintoxicar nuestro organismo del egoísmo y el orgullo, manteniendo la temperatura ideal del primer amor, refrigerada permanentemente por Cristo, nuestra Fuente de la vida?
“Los que logran los mayores resultados son los que confían más implícitamente en el Brazo todopoderoso” (Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 508, 509). El Señor hizo muchos milagros de la nada, pero también hizo muchos milagros sobre la base de la transpiración. Actuemos como si todo dependiera de nosotros, confiemos como si todo dependiera de Dios.