Poner un “acorde” en discorde
“Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño” (Ecl. 9: 10).
He sido organista en mi iglesia durante muchos años, no tanto por mi talento, sino por la necesidad desesperada de la iglesia. Mis hijos solían sentarse en la primera fila cada semana, no por piedad, como yo anhelaba, sino por la anticipación de qué tratamiento “creativo” le daría al primer himno. Y esas veces en las que pensaban que yo intentaría una modulación en una clave diferente antes de la última estrofa, quedaban pegados a sus asientos, pensando en todos los posibles desastres que podían llegara resultar.
Desearía poder tocar una fuga de Bach como E. Power Biggs y transportar a mis oyentes a las puertas mismas del cielo. Tristemente, no puedo lograrlo. La coordinación necesaria para mover mis manos y pies de modo de mantener tres melodías diferentes simultáneamente está más allá de mí. Sin embargo, hay veces en que ansío tocar música “grande”, dejar que los acordes se derrumben en mis oídos y exploten en mi corazón. Así que, una vez al año, en julio, satisfago este anhelo tocando “The Lost Chord” [El acorde perdido] como preludio en la iglesia. Esta pieza logra volverse apropiadamente estruendosa en algunos lugares y toca mi alma de una manera especial.
Esto no parece molestar tanto a la congregación como podrías pensar. Ya se han acostumbrado a que muchos de mis acordes se pierdan, y esto ha sucedido por años. Pero, un año fue diferente porque, luego de mi interpretación anual, Judye Estes me hizo llegar una nota. Escribió: “Cada vez que te escucho interpretar ‘The Lost Chord’, cierro los ojos y siento que estoy sentada en el Tabernáculo Mormón, escuchando la música espectacular de su órgano. ¡Gracias a ti y a tus talentos, no tengo que viajar hasta Salt Lake City para recibir esta bendición!”
¡Qué asombroso! Desde los panes y los peces, el Señor no había transformado milagrosamente tan poco en tanto. Este es claramente un ejemplo de cómo él puede tomar lo que ofrecemos y traducirlo generosamente en un servicio útil.
Y desde aquel día en el Edén, en el corazón de cada uno de los hijos de Adán ha latido el deseo del toque de la Deidad. El deseo de saber que el gran Dios del universo nos ve y se preocupa por las circunstancias de cada uno. El anhelo de saber que todavía se agacha y toca corazones.
La Deidad tocando a la humanidad, incluyéndonos a nosotros, en su labor.
EANNTTEBUSBYOHNSON