EN LA LINEA DIVISORIA
«No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo». 1 Juan 2: 15
CRISTO NO DICE que nadie quiera servir a dos señores ni que no deba servirlos, sino que no puede hacerlo. Los intereses de Dios y los de Mamón* no pueden armonizar de ningún modo. Donde la conciencia del cristiano le aconseja abstenerse, negarse a sí mismo, detenerse, allí mismo el mundano avanza para satisfacer sus deseos egoístas. A un lado de la línea divisoria se encuentra el abnegado seguidor de Cristo, al otro lado se halla el amante del mundo, dedicado a satisfacerse a sí mismo, esclavo de la moda, inmerso en frivolidades, complaciéndose con placeres prohibidos. A ese lado de la línea no puede pasar el cristiano.
Nadie puede ser neutral; no existe una posición intermedia, en la que no se ame a Dios y tampoco se sirva al enemigo de la justicia. Cristo tiene que vivir en sus agentes humanos, obrar por medio de sus destrezas y actuar mediante sus talentos. Los seres humanos deben someter su voluntad a la de Cristo y actuar con su espíritu. Entonces, ya no son ellos los que viven, sino que Cristo vive en ellos [ver Gál. 2: 20].
Quien no se entrega por entero a Dios se ve gobernado por otro poder y presta oído a otra voz, cuyas insinuaciones son de un carácter completamente distinto. El servicio a medias coloca al agente humano del lado del enemigo, como aliado eficaz de las huestes de las tinieblas. Cuando los que profesan ser soldados de Cristo se unen a la confederación de Satanás y colaboran con él, se revelan como enemigos de Cristo, y traicionan sus sagrados deberes. Constituyen un eslabón entre Satanás y los soldados fieles; y por medio de dichos agentes el enemigo trabaja constantemente para seducir los corazones de los soldados de Cristo.
El baluarte más fuerte del vicio en nuestro mundo no es la vida perversa del pecador abandonado ni del pecador empedernido; es la vida que en otros aspectos parece virtuosa y noble, pero en la cual se alberga un pecado. Una vida tal constituye una poderosa motivación para pecar para quien lucha secretamente contra terribles tentaciones. Aquel que, a pesar de estar dotado de un alto concepto de la vida, de la verdad y del honor, viola voluntariamente un solo mandamiento de la santa ley de Dios, pervierte sus dones y los transforma en señuelos del pecado. El genio, el talento, la compasión, y aun los actos generosos y amables, pueden llegar a ser trampas de Satanás para arrastrar a otras almas hasta hacerlas caer en el abismo de la ruina, en esta vida y en la venidera.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 4, pp. 145-147.
* Mamón es el nombre que se daba a las riquezas. Se cree que en la religión pagana de los fenicios se daba ese nombre al dios de las riquezas. Cristo emplea esta palabra como símbolo del amor o idolatría de las riquezas.