UN EJEMPLO DE UNIDAD EN LA IGLESIA
«Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos». Hechos 2: 47
A LA IGLESIA PRIMITIVA se le había encomendado una obra de crecimiento constante: el establecer centros de luz y bendición dondequiera que haya almas sinceras, dispuestas a entregarse al servicio de Cristo. La proclamación del evangelio debía tener alcance mundial, y los mensajeros de la cruz no podían esperar cumplir su importante misión a menos que permanecieran unidos con los vínculos de la unidad cristiana, y revelaran así al mundo que eran uno con Cristo en Dios. ¿No había orado al Padre su divino Director: «guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros»? ¿Y no había declarado él de sus discípulos: «el mundo los odió porque no son del mundo»? ¿No había suplicado al Padre que ellos fueran «perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste»? (Juan 17: 11, 14, 23, 21). Su vida y poder espirituales dependían de una estrecha comunión con Aquel por quien habían sido comisionados a predicar el evangelio.
Solamente en la medida en que estuvieran unidos con Cristo, podían esperar los discípulos que los acompañara el poder del Espíritu Santo y la cooperación de los ángeles del cielo. Con la ayuda de estos agentes divinos, podrían presentar ante el mundo un frente unido, y obtener la victoria en la lucha que estaban obligados a sostener incesantemente contra las potestades de las tinieblas. Mientras continuaran trabajando unidos, los mensajeros celestiales irían delante de ellos abriendo el camino; los corazones serían preparados para la recepción de la verdad y muchos serían ganados para Cristo. Mientras permanecieran unidos, la iglesia avanzaría «hermosa como la luna, radiante como el sol, imponente como ejércitos en orden de batalla» (Cant. 6:10). Nada podría detener su progreso. Avanzando de victoria en victoria, cumpliría gloriosamente su divina misión de proclamar el evangelio al mundo.
La organización de la iglesia de Jerusalén debía servir de modelo para la de las iglesias que se establecieran en muchos otros puntos donde los mensajeros de la verdad trabajaran para ganar conversos al evangelio. Los que tenían la responsabilidad del gobierno general de la iglesia, no habían de enseñorearse de la heredad de Dios, sino que, como prudentes pastores, habían de «apacentar la grey de Dios» (1 Ped. 5: 2).— Los hechos de los apóstoles, cap. 9, pp. 71-72.