EL ESCUCHA Y CONTESTA
“Invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás” (Sal. 50:15).
Los catorce amigos que habíamos pasado una semana en un crucero celebrando eI cumpleaños de mi amiga Dee y el mío, llegamos de regreso al puerto. Nos habíamos divertido, y nos sentíamos relajados mientras recogíamos nuestro equipaje en la zona designada. Pero mi maleta no aparecía en la cinta transportadora. Buscamos por todas partes.
-No puedo encontrar mi maleta -informé a uno de los asistentes.
-En tal caso, tiene que llenar un formulario de equipaje perdido en la oficina. Vamos a enviársela a su dirección postal cuando la encontremos
Decidí permanecer en calma y orar, dejando la maleta perdida en manos de Dios.
Dos días después, volví a casa de hacer unos mandados, y allí, frente a la puerta, ¡estaba mi maleta perdida! Agradecí a Dios por dos razones: primero, porque habían encontrado mi maleta y me la habían enviado; segundo, porque la maleta pesaba 23 kilos, y no había tenido que subirla y bajarla de mi auto: ¡FedEx lo había hecho por mí!
Pero ese no fue el final de las “pérdidas” relacionadas con el crucero. La semana en que volvimos tenía que pagar una boleta, pero no podía encontrar mi chequera. La busqué y oré durante dos días. La segunda noche, Dios me hizo recordar lo que mi hermana, Joyce, me había dicho antes de subir al crucero: “Deja tu chequera y tu billetera en el cajón de la cómoda de la pieza de huéspedes, aquí, en mi casa”. Aunque ambas habíamos vuelto a su casa después del crucero, habíamos olvidado las cosas que yo había dejado allí. Cuando nos despedimos, yo terminé mi largo viaje a casa, y Joyce se había ido de visita a Carolina del Norte.
Afortunadamente, mi otra hermana, Peg, vive en la casa contigua a la de Joyce. Solo tuve que llamarla, para que fuera a la casa de Joyce y encontrara lo que yo había perdido; además de otras cosas que había olvidado allí. Mi hermana y su esposo me enviaron las cosas por FedEx, que volvió a serme útil.
¿Acaso no servimos a un Dios maravilloso y amante? No tenemos que preocuparnos, sino dejar que nuestras peticiones y alabanzas transformen nuestras preocupaciones en oraciones. Había clamado a Dios en mi problema, y él me había “librado”, a mí y a mis bienes perdidos.
Patricia Mulraney Kovalski