Sábado 27 de agosto. Devoción matutina damas – Sí a la vida
«Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efe. 4: 32).
“Ser cristiano significa perdonar lo imperdonable, porque Dios ha perdonado lo imperdonable en nosotros”. C. S. Lewis
EL MÉDICO SUIZO Paul Tournier contaba que, en una ocasión, tuvo una paciente que presentaba un grave cuadro de anemia. Aunque la sometieron a varios tratamientos, ninguno dio resultado. Tournier decidió entonces internarla en un centro hospitalario para favorecer su recuperación. La sorpresa se la llevó cuando el médico del centro le llamó y le dijo: «Hemos hecho un análisis a su paciente antes de ingresarla y los resultados no son ni parecidos a los que usted nos mostró. No vemos en este caso ningún problema de hierro o hemoglobina, ni ninguna anomalía en la sangre». Tournier comprobó los análisis previos: todo estaba correcto. No se había cometido ningún error. Intrigado por la causa de tan veloz recuperación decidió hablar con la paciente. «¿Ha pasado en su vida algo fuera de lo normal desde la última vez que me visitó?», le preguntó, «¡Sí! —afirmó ella rotundamente—. He perdonado a alguien a quien le guardaba rencor, y al instante sentí que podía decir sí a la vida».
Ser capaces de perdonar… ¡qué gran importancia tiene esto para disfrutar de una salud integral! Lo veamos o no, existe una estrechísima relación entre lo emocional (nuestras relaciones personales) y lo físico. Que nuestro organismo se ve afectado por las cargas emocionales que arrastramos está más que comprobado por la medicina moderna.
A todas nos suceden cosas injustas en la vida; todas hemos recibido daños irreparables, imposibles de olvidar; todas tenemos a alguien a quien nos cuesta perdonar. Y es verdad, desde el punto de vista humano es prácticamente imposible hacerlo. Pero no desde el punto de vista divino. Así como Dios borra, olvida y echa en lo profundo del mar nuestros pecados, nos da el poder de hacerlo también nosotras si se lo pedimos. Pedirlo o no pedirlo no debería ser un dilema siendo que, de hecho, nuestra paz mental, nuestra salud física y nuestra espiritualidad dependen de que seamos capaces de perdonar. Si no lo somos, permaneceremos atrapadas en una red que nos arrastrará al abismo de la enfermedad física y el estancamiento espiritual.