UN EJEMPLO DE ARREPENTIMIENTO
«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio». Salmo 51: 10, NVI
CUANDO EL CORAZÓN cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada ley de Dios, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra. «La verdadera luz, la que ilumina a toda la humanidad, estaba llegando al mundo» (Juan 1:9, LPH), mostrándonos los más ocultos recovecos del alma; que así nos son puestos de manifiesto. La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El pecador reconoce entonces la justicia del Señor, y siente terror de aparecer en su iniquidad e impureza delante del que escudriña los corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansia ser purificado y restituido a la comunión del cielo.
La oración de David después de su caída ilustra la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento fue sincero y profundo. No se esforzó por atenuar su culpa y su oración no fue inspirada por el deseo de escapar al juicio que lo amenazaba. David veía la enormidad de su transgresión y la contaminación de su alma; aborrecía su pecado. Así que no solo pidió perdón, sino también que su corazón fuera purificado. Deseaba ardientemente el gozo de la santidad y ser restituido a la armonía y la comunión con Dios. […]
Sentir un arrepentimiento como este es algo que supera nuestra capacidad humana. Se obtiene únicamente de Cristo, quien, «cuando ascendió a lo alto, […] dio dones a los hombres» (Efe. 4: 8, NVI). […]
La Sagrada Escritura no enseña que el pecador tenga que arrepentirse antes de poder aceptar la invitación de Cristo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mat. 11: 28, NVI). La virtud que proveniente de Cristo es la que nos induce a un arrepentimiento genuino. El apóstol Pedro presentó el asunto de una manera muy clara cuando dijo a los israelitas: «Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hech. 5: 31, NVI). Tan imposible es arrepentirse si el Espíritu de Cristo no despierta la conciencia, como lo es obtener el perdón sin Cristo. Él es la fuente de todo buen impulso. Es el único que puede implantar en el corazón enemistad contra el pecado. Todo deseo de verdad y pureza, toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, evidencian que su Espíritu está obrando en nuestro corazón.— El camino a Cristo, cap. 3, pp. 37-40.