¿QUÉ SIGNIFICA GUARDAR LOS MANDAMIENTOS DE DIOS?
«Pues este es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos». 1 Juan 5: 3
UNA RELIGIÓN FORMALISTA no es suficiente para poner el alma en armonía con Dios. La ortodoxia rígida e inflexible de los fariseos, sin verdadero arrepentimiento, ni ternura ni amor, no era más que un tropiezo para los pecadores. Se asemejaban ellos a sal que hubiera perdido su sabor; porque su influencia no tenía poder para proteger al mundo contra la corrupción. La única fe verdadera es la que «obra por el amor» (Gál. 5: 6) para purificar el alma. Es como una levadura que transforma el carácter. […]
El profeta Oseas había señalado lo que constituye la esencia del farisaísmo, en las siguientes palabras: «Israel era una vid frondosa, que daba fruto a su antojo» (Ose. 10:1, NVI). En el servicio que profesaban prestar a Dios, los judíos trabajaban en realidad para sí mismos. Su justicia era fruto de sus propios esfuerzos para observar la ley, conforme a sus propias ideas y para su propio bien egoísta. Por lo tanto, no podía ser mejor que ellos. En sus esfuerzos para hacerse santos, pretendían conseguir que surgiera pureza de algo inmundo. La ley de Dios es tan santa y tan perfecta como lo es él mismo, y revela su justicia. Es imposible que los seres humanos, por sus propias fuerzas, cumplan esta ley; porque la naturaleza humana es depravada, deforme y enteramente distinta del carácter de Dios. En las obras de nuestro corazón egoísta, «todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» (Isa. 64: 6, NVI).
Aunque la ley es santa, los judíos no podían alcanzar la justicia por sus propios esfuerzos para guardarla. Los discípulos de Cristo, si querían entrar en el reino de los cielos, debían buscar una justicia diferente de la que exhibían los fariseos. Dios les ofreció, en su Hijo, la justicia perfecta de la ley. Si consentían en abrir sus corazones para recibir plenamente a Cristo, entonces la vida misma de Dios, su amor, moraría en ellos, transformándolos a su semejanza; así, por el don generoso de Dios, poseerían la justicia que exige la ley. Pero los fariseos rechazaron a Cristo; «no conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia» (Rom. 10: 3, NVI) no querían someterse a la justicia de Dios.
Jesús procedió entonces a mostrar a sus oyentes lo que significa observar los mandamientos de Dios, que son en sí mismos una reproducción del carácter de Cristo. En el Salvador, Dios se manifestaba diariamente ante ellos.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 3, pp. 89-91.