EL AMOR MUEVE NUESTRAS ACCIONES (1A. PARTE)
«Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (Mateo 22: 37- 39).
DONDE EXISTE EL AMOR A DIOS, la persona automáticamente pondrá su vida en armonía con la voluntad divina, tal como está expresada en sus mandamientos. Jesús dijo que estos dos grandes mandamientos son semejantes, porque los une el amor a Dios y al prójimo. Quiere decir que el amor es lo que mueve todas nuestras acciones en la vida y, sin amor, todo lo que hagamos es inútil y sin valor.
Cuando el amor llena el corazón, fluye hacia los demás, no por los favores recibidos de ellos, sino porque el amor es el principio de la acción. El amor cambia el carácter, domina los impulsos, vence la enemistad y ennoblece los afectos. Tal amor es tan ancho como el universo y está en armonía con el amor de los ángeles que obran. Cuando se lo alberga en el corazón, este amor endulza la vida entera y vierte sus bendiciones en derredor. Esto, y únicamente esto, puede convertirnos en la sal de la tierra (E. G. White, El discurso maestro de Jesucristo, pág. 35).
El móvil supremo es el amor de Jesús en el corazón, Pablo con frecuencia se llama a sí mismo siervo, pero su servicio era voluntario y fruto del amor. El amor a Dios halla su más sublime y mejor expresión en el amor y el servicio al prójimo. El amor ferviente mutuo es una prueba para el mundo de la autenticidad de la religión cristiana (véase Juan 13: 34, 35).
De esta manera, el amor es la base del servicio. Si das y ayudas sin expresión del amor de Cristo Jesús, lo que hagas no tiene valor, ni es aceptado por Dios. Pablo menciona: «Si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13: 3).
Permitamos hoy que el amor a Dios y al prójimo mueva todas nuestras acciones y tenga el sello del cielo.