CUANDO DIOS RESPONDIÓ A MI ORACIÓN A MEDIANOCHE
“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias” (Fil. 4: 6).
Mi madre estaba muy enferma; no con el tipo de enfermedad común de los ancianos, sino que sufrió un ataque mental severo y debilitante. Los médicos determinaron que no debería haber tomado por tanto tiempo la medicación que le dieron luego una cirugía, hacía varios años.
Viajé a la casa de mis padres con la esperanza de poder traerla a la realidad, y también para aliviar a mi padre de la tensión permanente de cuidar de ella. Hasta que llegué, no entendí la gravedad de la situación. Ver a mi mamá en un estado mental así fue desgarrador. Ni papá ni yo podíamos romper la barrera que nos separaba de ella.
Fui a la cama sufriendo. Mi madre, que siempre había sido tan amable y amorosa para con su familia, era una persona totalmente diferente, sin ningún sentido de familia. Yo sabía que la única respuesta era la ayuda divina. Era casi medianoche y estaba desesperada por ayuda, entonces, clamé a Dios, pidiéndole que ayudara a mi mamá, que le diera un buen descanso esa noche y que me revelara alguna manera en la que ella pudiera revertir esto y ser ella misma nuevamente.
La respuesta fue casi instantánea. Su habitación estaba al lado de la mía, así que podía escuchar cualquier sonido que viniera la suya. Comenzó a roncar, lo que me indicó que estaba durmiendo. Para mí, esto sonaba como música del cielo. Al día siguiente, mi padre me dijo que ella había tenido la mejor noche en mucho tiempo.
Luego de volver a casa, a mi propia familia, cada vez que llamaba para ver cómo estaba, las noticias eran mejores que la vez anterior. Volvió a disfrutar de la vida con la familia. También disfrutó de muchos veranos que pasó en mi hogar.
Vivió más de veinte años luego de esta experiencia, sobreviviendo a mi padre por seis años. Al recordar este evento, pienso en Ezequías y cómo recibió quince años adicionales de vida. Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: “He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a sanarte” (2 Rey. 20: 5). Agradezco a Dios por los años adicionales que dio a mi madre. Así como Dios oyó la oración de Ezequías, creo que oyó el clamor de mi corazón y me respondió de una manera notable.
MIRIAM L. THOMPSON