TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU SANTO (1RA. PARTE)
«Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16: 13).
LAS CÁRCELES DE JERUSALÉN estaban llenas de cristianos debido a la persecución liderada por Saulo de Tarso. Mientras él recibía de manos de un mensajero cartas de parte del sumo sacerdote que lo autorizaban a castigar a los herejes, vio con satisfacción cómo apedreaban a un hombre: Esteban. El delito de Esteban había sido confesar que Jesucristo es el Mesías. A pesar de eso, tiempo después, el belicoso Saulo entraba ciego, humillado y sumiso por las puertas de la ciudad de Damasco, pues el poder del Espíritu Santo lo alcanzó y lo transformó para la gloria de Dios.
Se puede observar la acción del Espíritu Santo ya en el Antiguo Testamento. En la construcción del Santuario, se nos dice que los artífices fueron llenos del Espíritu Santo, en sabiduría e inteligencia, en ciencia y en todo arte, para labrar los diseños y trabajar el oro, la plata, el bronce y la madera, para labrar las piedras y engastarlas. Si no hubiera sido porque el Espíritu Santo obró en estos hombres, no se habría construido el Santuario conforme al modelo divino. Dios no solamente brindó el modelo, sino también la ayuda para construirlo.
En el Nuevo Testamento, se afirma que el Espíritu Santo enseña, convence, ayuda e intercede, inspira y santifica. De esta manera, el Espíritu Santo trabaja unido con el Padre y el Hijo para la salvación de los hombres y para transformarlos para el cielo. El Espíritu Santo hace el trabajo de sellar los corazones de los Santos que han sido perdonados de sus pecados y han creído el evangelio. El Espíritu Santo trabaja en nuestros corazones según nuestra fe en la Palabra escrita de la verdad. La obra de santificación es posible únicamente por medio del poder del Espíritu Santo.
Solamente él puede librarnos de nuestra naturaleza carnal. Por lo tanto, «debemos orar por el Espíritu Santo, confiar en él y creer en él» (E. G. White, El colportor evangélico, pág. 86). Cuando el Espíritu Santo viene al corazón, lo renueva y nos convierte en personas nuevas. Una vez que hemos sido renovados y su presencia vive en nosotros, nos hace fuertes y vigorosos en la fe.
Hoy puedes experimentar el poder renovador del Espíritu Santo, si dejas que te transforme.