Domingo 26 de Marzo del 2017 – UN PRECIO MUY ELEVADO – Devoción matutina para la mujer

UN PRECIO MUY ELEVADO

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, […] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efe. 2:4, 5).

¿Eres de esas personas que siempre están pensando en cuál será el próximo lugar al que se mudará, especialmente si se ha mudado muchas veces en su vida? Siempre es estresante dejar a nuestros amigos, familiares y la rutina con la que estamos familiarizados, para trasladarnos a lugares desconocidos.

Mudarse suele significar nuevas escuelas para nuestros hijos, buscar nuevos médicos, aprender dónde es mejor ir de compras, conseguir una casa que sea asequible y que esté ubicada en una zona segura… Por no mencionar la tristeza de extrañar a los viejos amigos y el esfuerzo por hacer nuevos. Aun así, con el tiempo, nuestra nueva congregación se convierte en nuestra nueva “familia”.

En los inicios de nuestro ministerio, yo no desempacaba todas nuestras pertenencias porque sabía que cuando comenzara el próximo verano, generalmente durante los retiros campestres, probablemente nos trasladarían de nuevo. ¡Siempre pasaba! Casi sin darnos cuenta, nos mudábamos a una nueva aventura. Sin embargo, con el paso del tiempo, ¡mudarnos se convirtió más en un trabajo que una aventura!

Yo me pregunto: ¿Podemos imaginar los cambios espectaculares que Jesús experimentó cuando se alejó de su hogar celestial para venir a vivir durante más de 33 años en este planeta destrozado? Dejó la indescriptible belleza del cielo, la adoración angelical, las amistades armoniosas y la comunión cara a cara con su Padre, para venir a esta tierra como el Cordero del sacrificio, que debía vivir, sufrir y morir entre nosotros. Aunque Jesús sabía todo esto, se “mudó” a su nuevo destino.

A la edad de doce años, reconoció su relación con Dios, su Padre celestial. Sin embargo, Jesús no permitió que su humanidad le hiciera adoptar el papel de víctima. Asumió el papel que debía desempeñar a fin de salvarnos. Cada hora, confió en que su Padre le daría fuerza y orientación. Aun sabiendo lo que lo esperaba, continuaba siendo alegre, seguía perdonando y dando ánimo a otros. Siendo maltratado por aquellos a quienes había venido a salvar, seguía brotando de su ser amor incondicional, generosidad y perdón.

Pensemos en ello. Toda su vida significó un sacrificio por nosotros. A su juicio, ¡tú y yo valemos la pena lo suficiente como para morir por nosotros! Eso debería mantenernos dispuestas a renunciar a todo por él, y a prepararnos para mudarnos, con regocijo, a la casa que él está preparando para nosotros (ver Juan 14:1-3).

Louise Driver

Radio Adventista

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